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Una vuelta por Ponferrada

15/05/2021
 Actualizado a 15/05/2021
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Érase una vez un príncipe cuya estatua se alzaba sobre la ciudad, lo que le permitía divisar lo que se fraguaba tras los ventanales. Una tarde, una golondrina en viaje migratorio, se detuvo a reposar al pie de la escultura. Pese a lo azuloso y soleado de la jornada, comenzaron a caerle sobre el pelaje diminutas gotas de agua. Eran lágrimas que emergían de los ojos del príncipe. A su lado leyó un rótulo: «‘El Príncipe Feliz’.¿Cómo puede ser que con tal nombre te muestres tan desdichado?», le preguntó.

Cuando yo vivía –contestó la estatua– no sabía lo que eran las lágrimas, porque vivía en la Mansión de la Despreocupación, donde no está permitido el dolor. Alrededor del Palacio se elevaba un muro muy alto. Nunca quise saber lo que ocurría más allá. ¡Era tan hermoso todo lo que me rodeaba! Viví así, y así morí. Y ahora que me han puesto aquí arriba, donde veo toda la miseria, solo hago que llorar. ¿Querrás ayudarme?

Así cuenta Oscar Wilde en su célebre cuento, la metamorfosis empática de aquel personaje que fue despojándose de sus pertenencias. Tal y como ha hecho ese joven de Ponferrada, de identidad desconocida, que ha donado su vivienda habitual a los pobres. El piso, como atestigua el responsable de Cáritas Bierzo, receptora de la donación, es la única vivienda que posee el ponferradino. Él volverá a vivir con sus padres.

Varios medios de comunicación porfían por hacerle una entrevista pero el joven huye de los destellos.

La golondrina, sorprendida por el frío invernal, murió a los pies de la estatua después de haberle ayudado a paliar la miseria, distribuyendo todos los atributos valiosos del príncipe, que despojado de toda belleza externa, fue fundido y arrojado a la basura junto al pajarín.

Días después, Dios envío a un ángel a la ciudad para que recogiera los objetos más hermosos que encontrara. El ángel regresó con el corazón del príncipe y la golondrina muerta. Le faltó darse una vuelta por Ponferrada, con el permiso de Mr. Wilde.
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