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Una vida sin ‘vacas’

18/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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El uso que hacemos del lenguaje deriva en costumbres caprichosas frito en muchos casos de la vagancia 2.0 que hace que seamos capaces de hablar con la mitad de letras que lleva una palabra con la fe puesta en la entendedera de nuestro interlocutor. En mitad del ahorro comunicativo nos comemos medio vocablo una vez y otra más al comprobar la efectividad del mensaje pasándonos por el forro lingüístico hasta el último de los asientos de la Real academia de la Lengua Española. Contribuimos así a perpetuar palabras y expresiones tan poco enriquecedoras como paradójicas.

Se lo plantea una tras un verano escuchando «las ‘vacas’ me esperan», «me voy de ‘vacas’» y nos vemos después de las vacas. Y todo por no decir vacaciones, como si acortar la palabra me fuese a dar menos envidia al ver desfilar a una legión de potenciales turistas de zona de sol garantizado a la orilla del mar. Así es la vida en la que para unos las ‘vacas’ no tienen ubres (o sí, yo que sé) y para mi estas eran la evidencia de los días que quedaban para que naciesen Carita Blanca, Bonita y Romera, tres terneros como tres soles. Tres animales como los muchos que cuidan los ganaderos de las explotaciones de ganado vacuno que hay en León y que contribuyen a que haya pueblos con el cartel de abierto.

Ellos saben de vacas pero no de ‘vacas’. Algunos nunca las han tenido porque ser ganadero significa trabajar un día sí y otro, también. Sacrificio, mucho trabajo y de la recompensa económica por ello, ni hablar.

Los bancos mecen las pesebreras y el precio de los insumos sube al tiempo que el de la leche se puede considerar ‘vintage’ tras llevar décadas sin aumentos estables. Escasos márgenes de beneficio para una vida sin ‘vacas’.
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