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Una Turienzo en la casona de los Pérez

20/03/2016
 Actualizado a 12/09/2019
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Rosario Turienzo juró con apenas quince años que nunca más sería la sirvienta de nadie. Acababa de esquivar una infección de pronóstico mortal y no estaba para muchas bromas. Corría el año 1932 y el ilustre ebanista Miguel Pérez Vázquez estrenaba su imponente mansión en el número ocho de la avenida Suero de Quiñones, también un servicio de mayordomos, cocineras y criadas, entre las que se encontraba mi abuela. De tanto fregar sus once habitaciones, cuatro baños y amplia cocina, barrer la interminable escalera o dar lustre a las frágiles vidrieras, la chavala, por mala alimentación o poco abrigo, casi no vive para contarlo. Hace una semana, un portavoz del Partido Popular aseguraba que «en una sociedad seria y sana, Ada Colau estaría limpiando suelos y no de alcaldesa». Horas después, el periodista extremeño Raúl Solís publicaba un artículo titulado ‘Hijo de una limpiasuelos’, que no solo emociona sino que además refleja el devenir de mi rama materna y de tantas otras en este país de castas. Rosario dejó atrás su Mondreganes natal siendo una niña para servir a estos señoritos de León y allí, en la magnífica Casona de los Pérez, de rodillas, limpiando los suelos, medio enferma, recuperó su dignidad, la misma con la que educó a su prole. Mi madre siempre me lo recuerda: «José Antonio, no te olvides de dónde vienes y piensa, que para llegar hasta tu posición, otros tuvieron que esforzarse desde muy abajo». Geli, que así se llama la que nunca se cansa de esperar, forma parte de una generación de mujeres que es pieza clave para entender el cambio de modelo social, económico y familiar. Ellas son hijas de la dictadura y madres de la democracia, aunque de seguir así las cosas, a sus nietas les espera un futuro cuando menos incierto.

Dicen que los nacidos entre 1975 y 1995 somos, y ya lo he explicado en otra columna, los españoles mejor preparados en la historia de nuestro país, pero, siendo sinceros, estamos muy lejos de compartir los principios básicos de mi abuela, yo el primero, adormecido como otros muchos en este falso estado del bienestar. Nos pisan y no nos quejamos, nos engañan y lo permitimos, nos pagan mil euros al mes y aplaudimos, nos mandan callar y achantamos, nos tratan como gilipollas y nos reímos. Esperaban de nosotros que construyéramos un paraíso nórdico al sur de Europa, pero nos hemos convertido en sirvientes de un sistema basado en esa cultura del pelotazo que tanto se parece a la Casona de los Pérez, hoy en venta y ayer joya de un imperio sustentado en el ladrillo que quiso volar tan alto que se olvidó de mirar al suelo, ese que limpiaba Rosario con tanto esmero.
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