Una tirita para el Sahara en el Bierzo

Amigos del Pueblo Saharaui en la comarca intentan ser una pequeña cura para niños como Rabab, de 14 años con bocio endotorácico

Mar Iglesias
11/07/2017
 Actualizado a 17/09/2019
Llegada al aeropuerto de los pequeños que estos días pasan sus vacaciones con familias bercianas. | C.F.
Llegada al aeropuerto de los pequeños que estos días pasan sus vacaciones con familias bercianas. | C.F.
Otro año más, el Bierzo recibe a unos invitados de excepción para compartir dos meses de vacaciones «en paz» como se titula el proyecto de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui. Otra vez vuelven los niños a compartir su tiempo estival con otra familia, con otro idioma y, sobre todo, con otra comida.
Dieciocho niños de entre 9 y 13 años han hecho el largo viaje desde los campos de refugiados de Tinduff para pisar tierras veraniegas en el Bierzo. La mitad de ellos ya conocen a dónde llegan. No es la primera vez que vienen, pero siempre repiten y se quedan ya para siempre con sus familias españolas de acogida en el corazón.

Es una relación muy intensa que se inicia por el deseo solidario de las familias bercianas, que cada vez crece más, según la presidenta de la agrupación, Carmen Franco «tenemos dos familias más que para el año que viene tendrán niños». Y así esperan recuperar las cifras perdidas de hace décadas en las que venían más de 50 niños a pasar las vacaciones al Bierzo. La crisis ha afectado a las ayudas al programa y, en ocasiones, a las posibilidades de las familias para acoger, algo que comienza a cambiar.

Y es que la acogida siempre deja huella. Sobre todo cuando tiene un significado más profundo, cuando la salud de alguno de los pequeños está en juego. Rabab es una joven de 14 años. Por edad quedaría fuera del programa, pero en la balanza entre lo que se puede y lo que se debe gana lo segundo y ha vuelto a su casa de acogida de verano, al lado de Carmen Franco para pasar otro verano más y chequear el bocio endotorácico que padece. «Se le está haciendo un seguimiento para ver cómo va evolucionando. Si va creciendo entonces habría que pensar en intervenir y entonces tendríamos que mirar las posibilidades de que la niña se quede para que se opere aquí», explica.

Ya el año pasado se le efectuaron controles a Rabab y parece que el bocio va en aumento, incluso a veces, en el campamento saharaui en el que vive, se resiente «ella tiene muchas infecciones de garganta, que incluso le dan fiebre. Allí la llevan al hospital más cercano, que está a una hora de su casa y la dejan ingresada poco tiempo, pero es una solución temporal», explica Franco. Al año puede pasarle cuatro veces uno de esos capítulos, y el problema sigue latente.

El resto de niños no llegan sanos. «Todos tienen parásitos en heces pero no es nada importante, tal vez del agua de allí, que no es potable al 100%». Es algo recuperable en los primeros días.
También llegan con problemas de vista y de dientes «es muy habitual por el flúor del agua». Pero, con los dientes sanos o no, los niños saharauis sonríen y eso es lo que más emociona a las familias de acogida «ver que con tan poco siempre son felices». Una lección que Franco considera que es gratamente trasladable a los niños de aquí «no necesitan videojuegos ni nada de eso, a ellos les llega con muy pocas cosas». Y sobre todo, a lo que más importancia le dan en sus vidas es a la familia «muchos es la primera vez que salen de casa y les cuesta», dice Franco, pero también para las familias bercianas, los primeros días de adaptación son duros «porque hablamos de culturas muy distintas y de idiomas distintos».

Los niños no conocen el español «aunque en pocos días se adaptan» y sobre todo, lo que a acogedores y acogidos les separa es la comida «en los campamentos se cocina de forma muy distinta. No comen cerdo, claro, y los primeros días, por el viaje, tienen el estómago cerrado y no quieren comer, algo que agobia mucho a las familias». Pero, lo mejor de los niños «es que se acostumbran muy rápido a cualquier cosa. Acentúo eso porque en el desierto viven en la calle, no tienen normas y aquí obedecen perfectamente», dice la presidenta. Su consejo es que «se les trate como un hijo más», ni con más ni menos complacencia.
Franco preside la asociación desde hace tres años y Rabab es la segunda niña con la que comparte casa.
El primero fue el hermano de ella, que se quedó a su lado para estudiar, gracias al programa Madraza y que ahora trabaja en España. Hay tres niños siguiendo ese programay que hacen el viaje a España a la inversa que los niños de ‘Vacaciones en Paz’ (vuelven a los campamentos de refugiados en verano y vuelven a España durante el curso).

La experiencia de la acogida es única y didáctica «cuando se van notas su ausencia, pero ellos mismos te ayudan a que no te pongas triste, porque se van felices. Quieren llegar a los campamentos para ver a sus familias y contarles todo lo bueno que han vivido aquí y eso te reconforta» porque las familias son protagonistas de todo eso bueno que se llevan en su maleta para contar allí.
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