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Una piscina es

18/07/2022
 Actualizado a 18/07/2022
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Ya no existe el reguero de mi infancia, una de las piscinas de esos mismos años está rellenada de tierra y hormigón, otra comida por la maleza y la del Hispánico, que tenía sombra y recibía el agua por un portal interdimensional desde esas montañas que se desprenden de los casquetes polares, está ahora cálidamente cubierta bajo una techumbre de madera.

Mi geografía acuática se filtra al subsuelo de mi memoria, formando acuíferos que siguen humedeciendo esos recuerdos. Veo marchar las felices aguas en las que me sumergía, en un sentimiento con menor intensidad, pero con el mismo sentido que imagino que tienen los que se vieron sumergidos en desgarradoras aguas. Al final, el resultado es la desaparición de aquello que provocó momentos dichosos y frescos recuerdos.

El reguero fue desviado por la concentración parcelaria y en su lugar hay una explanada de asfalto, una piscina quedó dentro de la finca que pasó de recreativa a cultivo de maíces, otra fue clausurada por un accidente y, sin socorristas, nunca más se pudo abrir y en el Hispánico nado de vez en cuando, pero siempre en invierno.

La piscina es una promesa de diversión. Si es privada es símbolo de estatus, si es comunitaria fuente de disputas y si es pública es pura literatura sin distinción de género. Las privadas se pueden reconvertir en cochera y porche, la comunitaria en escenario de un crimen y las públicas se reindustrializan en parques acuáticos, sin una gota de aburrimiento, no se vaya a relajar el personal en el fugaz verano leonés –aunque cada año parece crecer dos días–.

En estos días de temperaturas infernales, una piscina, incluso un humilde pilón, también es un refugio. Y una profecía apocalíptica. Quizás alguna generación futura ya no sepa lo que es una mansa y clorada lámina de agua, quizas queden todas bajo asfalto, maíces, maleza o un techo profiláctico y seguro.
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