12/12/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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En líneas generales en nuestra sociedad hoy no se condena a nadie por ser homosexual, lesbiana, transexual o bisexual, sino que hacemos nuestras las palabras del Papa: «¡Quién soy yo para juzgarlos!». No sucede lo mismo en algunos países, sobre todo musulmanes y comunistas, donde muchos van directamente a la cárcel o a la horca. Tampoco se nos ocurre decir que el hombre es superior a la mujer o que la mujer es inferior al hombre, puesto que las diferencias, que las hay, no impiden que sean iguales en dignidad. Si aplico esto a mis padres comprendo perfectamente la verdad y la belleza de esta afirmación.

Otra cosa es la ‘ideología del género’ que ahora pretenden imponernos muy sibilinamente, desde las diferentes comunidades autónomas, sobre todo utilizando los colegios, con amenazas para quien no acate dicha ideología. Multas para los que hablen en contra o retirada de subvenciones a colegios concertados que no estén dispuestos a implantarla.

Me permito recordar el contenido muy sugerente de un vídeo: El maestro explica a los niños que 2 y 2 son 5. Los niños se ríen y piensan que lo dice en broma. Amenaza con castigarlos severamente y terminan casi todos dándole la razón. Pero hay uno que dice que 2 y 2 son 4, y puesto que no rectifica es castigado.

Ahora nos quieren decir que un hombre es una mujer y que una mujer es un hombre. No importa que cada una de sus células lleve la diferencia desde el primer momento en los cromosomas, XX y XY y que después los caracteres sexuales primarios y secundarios lo confirmen, incluidos los psicológicos. Y dado que es metafísicamente imposible cambiar de sexo dicen que se puede cambiar de género. Entendemos que pueda haber casos particulares en los que hay varones que mentalmente se sienten mujeres y viceversa, y que no por ello se les ha de discriminar, pero generalizar, como se dice en la ley de la Comunidad de Madrid, diciendo que «se ha de otorgar soberanía a la voluntad humana sobre cualquier otra consideración física» parece por lo menos opinable, por mucho que diga José Antonio Marina que la naturaleza no tiene importancia.

No tenemos aquí espacio para argumentar, pero si se analiza con detención los orígenes de esta ideología, sus consecuencias y la forma de imponerse, es como para echarse a temblar. Aceptar que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre y que históricamente no se han reconocido o que se ha marginado a determinados colectivos no justifica ninguna imposición inquisitorial de la ideología de género.
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