Una mujer elegante

José Ignacio García comenta la novela de Ana Alonso 'Los colores del tiempo'

José Ignacio García
29/01/2022
 Actualizado a 29/01/2022
La autora leonesa Ana Alonso. | DAVID BLANCO / ESPASA
La autora leonesa Ana Alonso. | DAVID BLANCO / ESPASA
‘Los colores del tiempo’
Ana Alonso
Espasa Narrativa
Novela
320 páginas
19,90 euros

En mi pueblo, la condición de «elegante» no se la atribuyen a alguien por su buen aspecto, la exquisitez de sus modales o el porte que luce. En mi pueblo, a una persona la consideran elegante por su calidad humana, por sus valores, por su generosidad, por su nobleza. Por lo tanto, y atendiendo a esa definición, Adela, la protagonista de ‘Los colores del tiempo’ es una mujer elegante. Pero no me cabe duda de que su creadora, la poeta de ascendencia leonesa Ana Isabel Conejo, la escritora de narrativa preferentemente infantil y juvenil Ana Alonso, también lo es.

Antes de nada, he de entonar el ‘mea culpa’. He de reconocer que cuando recibí la novela, la observé con demasiado escepticismo y la prejuzgué por anticipado. ‘Los colores del tiempo’ tiene, a primera vista, el aspecto de esa literatura que tanto prolifera últimamente y que produce cuantiosos réditos a las editoriales que las publican: obras de portadas atractivas (en este caso con cierto aire vintage), escritas por mujeres, que relatan las peripecias de personajes femeninos, valientes y sufridos y dignos, y que van teledirigidas al corazón de la clientela de ese género que, si nos atenemos a las estadísticas, es el que mayoritariamente dedica la calderilla de su tiempo a la lectura en nuestro país.
Y, en cierto modo, la novela respondería a esa imagen comercial y feminista si no fuera porque la ternura y la delicadeza con que Ana Alonso va desgranando la trama atrapa a quien lea, independientemente de su sexo, desde la página inicial hasta el colofón.

En mi caso, lo que llamó mi atención fue que la primera parte de la historia se desarrollara en la León de los años cuarenta, esos años duros de la postguerra en que tantas identidades se mantuvieron ocultas y tantas ideologías adversas al régimen franquista tuvieron que disimularse para sobrevivir en un mundo hostil con quienes no comulgaban con los dictámenes gubernamentales. Seguramente por eso empecé a leer, y me imaginé la librería Leopoldo, el escaparate de Ciriaco, la estación de Matallana, el tren de vía estrecha, la casa de la Perrona, la parroquia de Renueva y tantos enclaves del callejero legionense que se recrean en la novela, antes de que Adela –incapaz de reprimir sus sentimientos revolucionarios– sea deportada a Pardesivil, una pequeña pedanía adscrita al ayuntamiento de Santa Colomba de Curueño y perdida en plena montaña leonesa.

A lo largo de ese apartado leonés, la autora nos sumerge en los ambientes de la época, nos hace ver sus escenas, escuchar sus sonidos, aspirar sus olores. Y va sembrando de señales un itinerario que, a partir de la lectura de una novela ideal de entonces, provoca una búsqueda, y nos insinúa un pasado tempestuoso y afectado de secretos, y un presente de relaciones escudadas siempre tras la coraza de la precaución y el miedo. En ese ecosistema receloso y masculino, Adela, presuntamente viuda y madre de una niña de ocho años, que se llama Lucía, tiene que sobrevivir, disimular como puede sus ideales y asumir, contra su voluntad, que poco puede hacer por mejorar un mundo con el que no está conforme.

Adquiere la novela, en su recorrido por territorio leonés, cierto regusto a ‘La regenta’, obra cumbre del Romanticismo español y prohibida en aquellos años por ese tribunal inquisitorial que era la censura. Y esa esencia de idilio prohibido aumenta su perfume cuando Adela y Lucía se trasladan a Madrid, huyendo de una realidad encorsetada y murmuradora.

En la capital todo cambiará. Adela comienza a relacionarse con una sociedad más culta, pero los terribles fantasmas del pasado se harán cada vez más presentes hasta provocar un desenlace adobado con cierto aire de misterio, y en el que Ana Alonso no deja ningún cabo suelto.

Por ahí van los tiros de un argumento que no despanzurraré más. Entre otras cosas, porque me interesan más las relaciones humanas, las amistades firmes o quebradizas, los presuntos enredos amorosos que pretenden liar la madeja alrededor de Adela, el cariño protector de algunos personajes hacia ella y su hija, la diferencia dolorosa que distancia el pasado que se recuerda de la realidad que se vive o se sueña. Y, además, me cautiva el carácter indómito de la heroína, su vocación invencible para boquear en una atmósfera varonil y para tratar de modelar, pese a quien pese, un mundo mejor desde la raíz que representa la infancia.

Porque es enternecedor el trato primoroso que Ana Alonso prodiga a esa tropa coral de pequeñuelos que rodean a Adela y, especialmente, a la pequeña Lucía, cuyo papel se acrecienta y no cesa de brillar conforme avanza la novela, hasta hacer intuir que hay mucho bagaje memorístico y autobiográfico de la propia autora depositado en ese personaje cautivador, solidario, aplicado y que sabe adaptarse a las circunstancias con más facilidad que su madre.

Emociona el lenguaje, poético en muchas ocasiones, crudo otras y seductor siempre, en beneficio de la intensidad narrativa que envuelve cada uno de los 34 capítulos. Destaca la potencia de los diálogos, lo que descubren o lo que insinúan. Se agradece el muestrario de marcas, lugares, anuncios u objetos que definen aquel periodo monocromático. Y es magnífica la capacidad descriptiva, bien sea para plasmar la liturgia de la matanza de un cerdo en el pequeño pueblo de la montaña leonesa, con el olor picante del embutido y las morcillas imperando en un ambiente ahumado, o para manifestar el glamur de los grandes salones capitalinos, donde se codea lo más granado de la sociedad, se escucha música de jazz y el repicar de finas cristalerías y se paladea el contenido de una burbujeante copa de champán o de un dry Martini.

La ubicación de las últimas secuencias –la novela es absolutamente cinematográfica– en encuadres culturales de la capital, permite además la aparición fugaz de personajes como Eugenio D´Ors, Camilo José Cela, la poeta Gloria Fuertes u, oculta bajo el seudónimo de Fanny Germain, de Federica Montseny, la primera mujer que encabezó un ministerio en la historia de España.

También el modisto Pertegaz se agencia un breve cameo. Pero no para vestir con uno de sus diseños de alta costura a Adela. No lo necesita. Como les decía al principio, ella, en sí misma, es una mujer elegante. Como su hija Lucía. Como lo es la novela, que deja atrás el blanco y negro del NO-DO para presagiar un futuro embadurnado de color.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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