15/04/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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Cojan a su madre. Estrújenla, fuerte. Cúbranla de besos sonoros. Así, sin más, no hace falta decir nada. O vayan a ver la película de Almodóvar, ‘Julieta’. Al salir, llamen a su madre y díganle que la quieren, que gracias, que ha sido una suerte que les tocara ella... O no la estrujen. Ni se lo digan. Ni la llamen. Pero piensen en ello. Si tienen la inmensa suerte de tener madre (y quien dice madre, dice padre), sepan que son unos privilegiados, que a menudo no damos importancia a las cosas que más la tienen...

¿Que a qué viene esto? La muerte, otra vez aquí. Ahora la madre de mi madre, mi abuela Nieves. Madre de once hijos, abuela de nosécuantísimosnietos, bisabuela de algunos ya... Se nos van, se nos van yendo todos y siempre es una cabronada. Ley de vida, dicen, pero nadie nos ha enseñado nunca a afrontar la muerte sin quebrantos, sin dolor, sin una tristeza infinita.

Me dicen que mi abuelina era muy mayor... Bueno, 93 no son tantos... Y además, qué, que no estamos preparados para vivir sin los que amamos. Nunca. No hay adiós que no duela, y menos el de una madre, el de un padre, ya ni te cuento si se va un hijo...

No pienso quedarme con los recuerdos dolorososde estos meses, ni acordarme de ella en el hospital y con esa mascarilla horrible que el sábado se quitó para llenarme de besos débiles. Hoy duele, y mañana. Duele pero me quedo con los recuerdos felices de tantos años, que son muchísimos, y doy gracias a la vida por haber conocido y tratado tantísimo a mis cuatro abuelos.

Y mami... que te quiero mucho.
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