30/07/2018
 Actualizado a 16/09/2019
Guardar
El rebelde sin causa enamora, pero cansa. El rebelde puntual, el que se rebela contra una injusticia concreta suele pasar inadvertido, pero cala.

No era de los más populares, ni ahora es de los más recordados, pero todos los excompañeros del colegio recordamos aquella anécdota de un chico normal, al que acompañaban sus padres al colegio, participa en los deportes sin grandes éxitos ni fracasos y sacaba notas en la media.

En un examen, el compañero del pupitre contiguo le pidió un bolígrafo y él se lo lanzó con tacto, un pase de 40 centímetros, como en todo, absoluta normalidad. El que no tenía un día normal fue el profesor, que debía tener una astilla en la pata aquel día y descargó su ira contra él. Lo echó del examen, de malas formas, con el cero esperando en el pasillo. El chico normal hizo algo extraordinario. Fue a hablar con el director, que por la tarde les citó a él y al padre y convinieron repetirle el examen al día siguiente. Se conoce que en presencia del director, se le calmaba el dolor de la astilla en la pata. No se debe subestimar, en según que situaciones, las propiedades analgésicas de una conversación ante un superior jerárquico.

Según lo acordado, al día siguiente, los dos solos en el aula, el profesor entregó las preguntas del examen al estudiante que había expulsado el día antes. El niño puso su nombre y se cruzó de brazos. «No escribes nada», se impacientó el profesor. «Estoy pensando», replicó el muchacho. «Si no quieres hacerlo dilo», sugirió el maestro a los diez minutos. «Estoy pensando», repitió el joven. Pasaron una hora en el aula, el alumno con los brazos cruzados y el bolígrafo que había volado un día antes, inmóvil sobre el pupitre. El profesor pasó una hora haciendo examen de los hechos en su mente. Cuando tocó el alumno entregó el examen y hurtó al maestro cualquier posibilidad de venganza: «si lo suspendo, lo suspendo yo».
Lo más leído