oscar-m.-prieto-3.jpg

Una historia helada

25/01/2017
 Actualizado a 07/09/2019
Guardar
Mañana de domingo. Despierto ya. A la pereza de salir de la cama, se suma el miedo a abandonar el calor seguro de las mantas, miedo a correr las cortinas y a subir las persianas, miedo a que los propios ojos se congelen con sólo contemplar el cruento escenario que los augures han vaticinado. Nada amargo sucede, sin embargo, salvo el sol, el mismo sol a quien los que leen el futuro en el vuelo de isobaras y de pájaros habían tachado de cobarde, como a un rey vencido camino del exilio.

Durante la semana sonaron las trompetas del apocalipsis y estos falsos profetas nos amenazaron, no como a Sodoma y Gomorra con el fuego, sino con el más helado y terrible de todos los fríos. Pero el sol brilla en el azul y no se ve rastro de hielo abrasador y los árboles parecen tranquilos, seguros bajo su calor.

No obstante, la gente va abrigada y camina de prisa. Seguramente los hombres del tiempo sean más responsables de los gorros de lanas y bufandas que la verdadera realidad de esta mañana luminosa.

El frío, como casi todo, es relativo. Tengo examen de Prehistoria y entre los apuntes aparecen datos del último pleniglacial. Aquello si fue frío. Hubo descensos superiores a 15ºC, las selvas fueron reemplazadas por sabanas y el nivel del mar llegó a bajar 170 metros, encarcelada el agua en los inlandis laurentino y finoescandinavo. En comparación, siento un calor reconfortante. Pero no necesito alejarme en el tiempo, no más que hasta mi infancia, cuando los carámbanos formaban parte del paisaje de inviernos y tejados, cuando al caer la tarde echábamos un cubo de agua, preferiblemente en cuestas, y al día siguiente teníamos la diversión de una lengua de hielo por la que resbalar.

Entonces no existía el mal tiempo, en el invierno helaba, en primavera llovía, en verano la calor y en otoño el suicidio de las hojas. Nada más que el paso de las estaciones, el inexorable y milagroso paso de las estaciones. Pero esta manía nuestra de hacer de cada mínimo gesto un acto heroico y de cada nimio suceso un hecho histórico, en lugar de engrandecernos nos volverá pequeños, incapaces, y a la Historia una sucesión de ridículos eventos.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
Lo más leído