jace_3.jpg

Una historia de fontaneros

10/07/2016
 Actualizado a 17/09/2019
Guardar
Ahora que se han cerrado las urnas y abierto de nuevo las puertas del Congreso voy a narrarles, queridos lectores, una historia de fontaneros. Ya les aviso con antelación que esta pieza no versará sobre el digno oficio de arreglar cañerías, desatascar pozas o evitar fugas de agua, aunque al final de mi relato pueda parecer que es lo mismo. En abril de este año, Raúl del Pozo aseguraba desde su privilegiada columna que "los fontaneros son los sucesores de los pretorianos". Si tienen tiempo y revisan mi quinta entrega para La Nueva Crónica, disponible en la web de este periódico bajo el título ‘Félix y los neocons’, sabrán de mi paso por palacio coincidiendo con la era del Clan de León, un grupo de políticos, asesores, periodistas e incluso policías al servicio del inquilino monclovita. Les cuento esto porque una vez ese Fouché de Tribaldos (Cuenca), como le definía del Pozo en la última de El Mundo, me convocó en su despacho por un puñado de tuits que yo creía de utilidad y él no era capaz de entender. A escasos metros del Consejo de Ministros y a pocos pies de altura sobre el famoso búnker, comprendí el significado de la erótica del poder, entre funcionarios con levita, alfombras rojas y una densa nube de tabaco. Tardaron poco en largarme de vuelta a ese mundo de indignados del que nunca debí salir. Tras la pírrica victoria de los populares en los últimos comicios, se ha sabido que en el número trece de la madrileña calle Génova hubo que contratar los servicios de una fontanera yanqui para enderezar el rumbo en Facebook y convertir, según los entendidos, el sorpasso en gatillazo. Isabelle Wright, que así se llama la rubia consultora procedente de San Francisco, celebró el incierto resultado electoral abrazada a Mariano, no muy lejos del despacho de Bárcenas y cerrando el mensaje con el hashtag #afavor. ¿A favor de qué, Isabelle? Dicen que la chavala apenas tuvo tiempo de pisar la calle, que estuvo encerrada con su equipo en los cuarteles generales del cliente y que solo vino a aplicar la teoría del voto táctico, una estrategia basada en decirle a la gente adecuada lo que quiere oír en el momento oportuno. Mientras la joven Wright volaba triunfal al otro lado del Atlántico, el alcalde de Cádiz, José María González Santos ‘Kichi’, reconocía, en una tribuna para el diario de su ciudad, ser un orgulloso perdedor (loser en inglés, por si nos leen en Washington D. C.). Y es que a veces una derrota por principios puede ser mucho más digna que una victoria fruto de pócimas mágicas tan nocivas como el agua estancada. Volvemos en septiembre…
Lo más leído