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Una habitación impropia

20/08/2021
 Actualizado a 20/08/2021
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Hoy he estado escribiendo en cuatro lugares distintos, trasladando el portátil de mesa en mesa. Me levanté temprano y me senté en la cocina, después, cuando se despertó mi hermana, me fui al salón y cuando se despertó Pequeño Zar, me escondí en el despacho de mi padre. Eso que dijo la Wolf, «para que una mujer escriba necesita una habitación propia –con llave–», está pensado para mujeres sin hijos. Si tienes hijos no existe el concepto «habitación propia para escribir». Porque el niño siempre querrá saber dónde estás y entrará doscientas veces para contarte algo que se le ha ocurrido o pedirte la merienda o averiguar qué haces y si cierras la puerta con llave, la aporreará y montará una pataleta fenomenal hasta que la abras. Podría elaborar un estudio científico con estadísticas para sostener esta afirmación. Yo –mis disculpas a la Wolf– cambiaría la frase: para que una mujer ‘con hijos’ escriba necesita una capacidad de concentración sobrenatural.

Y escribo esto en la mesa de mi cuarto mientras Pequeño Zar grita en algún lugar de la casa. Sé que de un momento a otro su presencia se cernirá sobre mi pantalla y se acabará este momento de expansión literaria. Así que aprovecho y tecleo con frenesí. Yo suelo escribir cuando duerme, muy temprano por la mañana o por la noche. Pero el verano todo lo tergiversa, me encuentro en la casa del pueblo, la familia entra y sale, mis cosas están desperdigadas por ahí, me acuesto tarde. Y de todas formas, no creo que sea el silencio y un espacio determinado lo que te empuja a escribir. Hay gente que se ha construido estudios y bibliotecas maravillosas con vistas a un paisaje deslumbrante con la idea de «ya verás cómo voy a escribir ahora», y jamás han logrado escribir nada. Es cierto que un poco de paz ayuda y también, un entorno más o menos ordenado, con luz natural, pero lo importante, lo esencial, son las ganas. Ya sé que suena muy prosaico, pero es la verdad. Te pueden llegar las ganas un día que estás de viaje sentada en un avión o una noche de insomnio o una mañana lúcida. A veces pienso cuánto escribiría si no estuviera Pequeño Zar rondando, pero resulta que no, que cuando no está Pequeño Zar rondando no tengo el acicate de la escritura. Mi forma de escribir es algo así como escribir contra todo y a pesar de todo. O a lo mejor esta idea es un consuelo porque no poseo esa dichosa habitación propia –con llave–...


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