Una fundada denuncia

José Ignacio García comenta el libro de Antonio Tocornal 'Malasanta'

José Ignacio García
11/06/2022
 Actualizado a 11/06/2022
El autor de la publicación Antonio Tocornal. | MARTINE HEYVAERT
El autor de la publicación Antonio Tocornal. | MARTINE HEYVAERT
‘Malasanta’
Antonio Tocornal
Fundación José Manuel Lara
Novela
208 páginas
15,00 euros
XLI Premio de Novela Felipe Trigo

No recuerdo el tiempo que hacía que no me indignaba tanto con la lectura de un libro. Y no me malinterpreten. No estoy soliviantado por la dudosa calidad literaria de la novela. La prodigiosa alquimia narrativa que surge del fértil imaginario de Antonio Tocornal y de su talento como prosista y como arquitecto de argumentos son, precisamente, los únicos que palían mi crispación por la temática que la novela afronta. Aunque, pensándolo bien, supongo que si el autor ha conseguido cabrearme tanto es debido a la enervante transmisión que surge de la trama y al retrato de una galería de personajes que convierten a ‘Malasanta’ en una novela espeluznante y conmovedora por igual, que sigue la estela de sus hermanas mayores, ‘La noche en que pude haber visto tocar a Dizzy Gillespie’, ‘Bajamares’ o ‘Pájaros en un cielo de estaño’; avaladas todas ellas por honestos premios literarios.

No tengo claro que ‘Malasanta’ sea la mejor novela de Tocornal. Eso sería, sin duda, mucho decir, dada la incuestionable excelencia de todas ellas. Pero sí tengo claro que es la más cruda, cruel y brutal. Y también la más reivindicativa y delatora.

Vivimos tiempos en los que la esclavitud sexual, el maltrato corporal a las mujeres y sus derechos, la violencia de género, la denigración de los discapacitados físicos o psíquicos, la soledad de nuestros mayores o el enconamiento de la homofobia están constantemente de triste actualidad.

Estos problemas, candentes como hierros de una fragua, son los que Antonio Tocornal aborda en ‘Malasanta’, una novela que se convierte al mismo tiempo en denuncia y homenaje a prostitutas, transexuales, ancianos y personas que viven con sus facultades corporales o intelectuales sensiblemente mermadas.

Malasanta es la protagonista, hija de Dámasa la Tuerta, una puta portuguesa y rústica, que perdió un ojo y que acabó en un figurado pueblo español, bautizado con el revelador nombre de La Ciénaga. Allí sobrevive y saca adelante a su hija en el burdel de doña Expiración, mientras la pequeña crece y se espabila detrás de un biombo, abriendo los ojos desde niña al futuro poco halagüeño que se perfila ante su mirada.

Tocornal estructura la novela en seis episodios, que parten de los cinco años de la protagonista, situados a finales de la década de los setenta del siglo pasado, para jalonar, de decenio en decenio, la vida de la niña, la joven, la mujer y la anciana prematura, en distintos escenarios ficticios y escoltada por diferentes partenaires. Además de su madre, Niño Truncado, Candela, Modesto Baldío, Cándido Fogoso o Próspero el Polilla, dan sentido a cada compartimento narrativo, empleando tonos narrativos bien distintos, que en ocasiones deslumbran por su ternura, como cuando Malasanta da muestra de su caridad erótica con Niño Truncado o Cándido Fogoso; o resultan sobrecogedoras en pasajes dramáticos como los protagonizados por Candela o por Próspero el Polilla. Es en esos momentos donde Tocornal pone de manifiesto los más bajos instintos de la condición humana, que tan cerca nos sitúa en ocasiones de los animales irracionales.

Hay un tono constante de huida, de dolor, de soledad, de derrota, de asunción del destino y de tragedia en la novela. El lector quiere buscar un atisbo de esperanza, de mejoría en la condición social de Malasanta, pero queda claro desde el principio que Tocornal no va a ser complaciente con la misericordia, porque el mundo de violencia, de abusos de poder o de intransigencia que quiere retratar, no cede nunca en su variable más insensible.

Especialmente crucial y descarnado se me antoja el capítulo protagonizado por Masalanta y por Candela en una montería, sofocando los más bajos instintos de políticos, jueces, policías o constructores. Ellos darán muestra feroz y palpable de su poder inastillable, mientras que el recuerdo y los restos de Candela se irán con el agua sucia por un retrete, creando una espiral succionadora que se repetirá en más ocasiones a lo largo de la novela para no dejar huella ni rastro de lo que a este mundo, ni a los que lo mangonean, no les conviene airear.

Como decía al principio, solo la deslumbrante capacidad narrativa de Antonio Tocornal embadurna de cierto linimento aliviador a la novela. Hay un tono como de clasicismo luctuoso que recuerda a Cela, a Baroja o a Delibes, pero que se combina con un lenguaje actual, precioso y rutilante que recrea con precisión fotográfica escenarios, perfila rasgos físicos de los personajes y construye una figura geométrica afilada de aristas que recuerda a novelas precedentes como la que ambienta en una noche de París o la que dedica a la saga de los Pájaros en Las Almazaras, un pueblo imaginario que aparecerá de pasada en la novela –como hay insinuaciones que recuerdan a ‘Bajamares’–, quizás porque Tocornal, como ocurre con el rastro de botones que deja en el triste pasaje dedicado a Modesto Baldío, quiera hacernos evocar sus novelas anteriores.

A pesar del tono de aflicción constante, hay ciertas concesiones en ‘Malasanta’ al humor, partiendo en general de paradojas que terminan en esperpentos, como cuando –presuntamente– Malasanta pierde la virginidad a los catorce años ante notario o cuando una boda apresurada culmina en un funeral inesperado. Esos recesos son como bocanadas de aire fresco para el buceador que regresa a la superficie cuando no puede resistir más bajo el mar.

Y así discurre la novela, con un ritmo en ocasiones excesivamente vertiginoso, hasta llegar a su desenlace. Es entonces cuando el lector repara en que la historia, narrada en tercera persona, no ha precisado de diálogos en los capítulos previos y que los que surgen en el ocaso de la trama cuadran a la perfección y no acusan la falta de otros anteriores.

Hay apoyos literarios de una belleza monumental en ‘Malasanta’, siglos gastados, peceras que pretenden implorar inmortalidad, ojos de cristal, contrastes entre la luz y la oscuridad, y botellas de brandy Fundador que ayudan a la protagonista a soportar los malos tragos de la vida y de la muerte. Y hay, también, mucho valor en la pluma del autor, cuando se atreve a denunciar –sin que le tiemble el pulso, armado de las palabras más adecuadas y de fundados argumentos– algunas de las lacras que con más furor laceran la piel de la sociedad en la que nos toca subsistir.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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