Una fracción de segundo puede contener la eternidad

‘Stuka’, la última novela de Carlos Fidalgo, lleva entre las alas de un avión de combate una historia sobre las personas, la identidad, el miedo, la esperanza y el dolor

Ruy Vega
27/06/2021
 Actualizado a 27/06/2021
Portada del libro 'Stuka', en la mesa de lectura de Ruy Vega.
Portada del libro 'Stuka', en la mesa de lectura de Ruy Vega.
"A las de gaviota invertida, tren de aterrizaje carenado. El fuselaje de duraluminio, completamente metálico. Y los flaps de aleación». Con esta descripción detallada de un Stuka, Carlos Fidalgo nos mete de lleno en su última novela a través del ingenio que forma parte de su hilo conductor: un avión de combate. Papá, hoy te escribo, en esta nueva ‘Carta a ninguna parte’, sobre ‘Stuka’, una novela que debes leer.

La guerra lleva el rugido de la tormenta a los días de los que la sufren, a sus recuerdos y a la perenne permanencia de sus sueños. Pero hay historias que pocas veces se cuentan, y no son vidas de vencedores y vencidos, ni de soldados o civiles. Tampoco son historias de valientes o miedosos, son historias de personas. Sí, personas. Y ese es el camino de una novela con la que Fidalgo nos atrapa página a página. Una novela que navega entre varios personajes, pero que siempre nos muestra la cuerda irrompible del ser humano. Porque ya no se trata de nazis, civiles, pilotos o atletas. Se trata de, repito, personas.

Carlos Fidalgo es un escritor de pluma inquieta, uno de esos que saben lo que escriben porque antes han buceado, a pulmón y sin salvación, entre las aguas de la lectura durante horas y horas. Y eso se nota. Tras cada capítulo de sus obras hay certeza. Libro a libro, premio a premio, ha ido construyendo un estilo distinguible. Sí, ese es Carlos: el mágico autor de ‘Stuka’. Papá, es la primera vez que te hablo de él en una carta específica, pero seguro que llegarán más. No lo dudo.

La novela, merecidamente premiada, nos lleva desde los Juegos Olímpicos de la Alemania nazi hasta los últimos empujes de la Segunda Guerra Mundial. Destacan las vivencias de un piloto alemán a los mandos de un Stuka, una máquina de matar tan malévolamente concebida que, como bien explica Carlos en sus presentaciones y entrevistas, avisaba a aquellos a los que iba a disparar con el tiempo suficiente como para que conocieran su muerte segura. ¿Se puede ser más cruel? Como te comentaba, nos lleva directo a unos Juegos que fueron y serán siempre recordados por las medallas de Jesse Owens: “Al día siguiente asistiría a la ceremonia inaugural de las competiciones en el Estadio Olímpico, otra arquitectura grandiosa para celebrar las ambiciones del nuevo régimen y deslumbrar a las naciones extranjeras». «A las cinco de la tarde, el atleta afroamericano Jesse Owens, que era nieto de un esclavo y trabajaba como botones en un hotel de Nueva York, resquebraja la moral de los nazis con su victoria fulgurante en la final de los cien metros lisos», nos dice páginas después. Aunque no únicamente estamos ante momentos que nos transportan a tierras germanas, sino que también España, tanto León como Castellón, forman parte de esta aventura de sensaciones. Una excelente captura histórica nos lleva hasta nuestra provincia, que en aquella época protagonizó unos hechos muy relevantes en el desarrollo de la contienda. Nos relata el autor que «la primera vez que Heiko Weber vio el Stuka que debía pilotar en España, recién montado en los talleres del aeródromo de La Virgen del Camino que servía de base a la Legión Cóndor en León, pensó que aquel avión podía ser su tumba».

De gran relevancia para reflexionar son, precisamente, los capítulos dedicados a Castellón. Papá, te gustará, lo sé. ¿Y sabes el motivo? Porque como te decía, es este libro una historia de personas. Venga, otro ejemplo de aquellos días olímpicos: «La capital del Reich se había engalanado para darle la bienvenida a los Juegos, pero los once kilómetros que separaban la Cancillería de las instalaciones deportivas estaban jalonados, además de banderas gigantescas, con la esvástica y los anillos olímpicos en perfecta alianza».

Tengo, como me ocurre muchas veces, tantos textos señalados, tantas frases, que me será imposible incluirlas todas. Pero intentaré mostrarte el buen hacer de Carlos Fidalgo. Resalto el siguiente texto por su representatividad: «Una fracción de segundo puede contener la eternidad». Hermoso, certero, verdad. Porque puedo afirmar cada palabra que en él nos regala. Además, siento especial cariño por ella, pues es una de las que formó parte del proyecto Poetizando Ponferrada.

Distintos relatos en uno, un único relato con caminos diferenciados de eje común. Así es Stuka. Porque en estas páginas podrás volar entre cientos de sensaciones: la de un piloto que se busca internamente, la de alguien que nació en un cuerpo que no era suyo, la de niños sin lágrimas… Todo ello forma para de una novela imprescindible.
Seguimos avanzando página a página, con los capítulos cortos que esta obra nos entrega, permitiéndonos avanzar no solo absortos en la lectura, sino también deseando llegar a la siguiente. Envuelto en una excelente descripción histórica de aquellos días, nos adentramos no únicamente en lo que nos enseñaron en la escuela o podemos leer en los distintos ensayos que se han escrito, sino que Carlos llega a mostrarnos a la sociedad con los ojos de un maestro, llevándonos a vivir hechos que, ojalá, nunca se lleguen a repetir. Llegamos a saborear el seco aroma de la pólvora, la sangre salada, el ocaso de tiempos diablescos. Como ejemplo este texto, mágicamente entregado para que nos golpee en lo más profundo: «Olena se sintió como en un cuento de terror. Olena, que había visto morir a su hermana de tuberculosis en la fábrica donde se ensamblaban motores de aviación. Que había dormido en barracones con ocho mujeres, sobre una cama de madera y un colchón de paja, que había trabajado doce horas diarias, sin ningún descanso a la semana, en aquel campo de trabajos forzados». Penetra en lo más sincero de mis sensaciones, llego a entender en lágrimas lo que mi mente pretendía obviar. Y lo hago mientras te escribo esta carta, papá, sobre un portátil última generación, con música de fondo a un volumen desconsiderado (escuchando Viva Suecia), con el aire acondicionado puesto y una cerveza a mi izquierda. Pero aún así, creo sentirme en la década del horror mundial y todo, gracias a la genial pluma de Carlos Fidalgo.

¿Sabes? Las guerras, no nos olvidemos, las hacen las personas. No son entes que nos impongan ni circunstancias casuales. Somos nosotros. Es por eso que escritores de talento como Fidalgo nos muestren estas historias se hace necesario. Autores que son capaces de meternos en los corazones de las personas, que nos llevan a comprender hechos y acontecimientos, que nos vuelcan en realidad sensaciones que no deben ser olvidadas, sueños de tormenta que las pesadillas escriben entre nosotros.

Debes leer Stuka, papá. Debes hacerlo. Sí, así es. Porque habla del amor, de la identidad sexual e ideológica, porque habla de las víctimas y los verdugos, porque habla de soldados y civiles, porque te lleva, a través de un artefacto construido por ingenieros, a uno de los momentos más horrendos de la historia, la triste historia de una civilización, la nuestra, capaz de llegar a las estrellas, de construir mecanismos que han logrado salir del sistema solar, de crear vacunas en tiempo récord, de construir hermosos monumentos, obras literarias increíbles, composiciones musicales que llegan a lo más profundo y cuadros inolvidables. Sí, nosotros mismos, los que también somos capaces de construir armamento atómico para matar a millones de personas en segundos. Cara y cruz, blanco y negro, sol y tormenta. Por eso, deberíamos detenernos un momento, y bajo la batuta de autores como Carlos, entender lo verdaderamente importante.

Papá, hay historias que nos recuerdan entre sus páginas, que no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.
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