04/04/2021
 Actualizado a 04/04/2021
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Proyectan estos días en los cines ‘Nomadland’, que cuenta la historia de un puñado de perdedores cuya única patria son los coches y autocaravanas donde viven en el exilio, y con los que se desplazan por carreteras donde la soledad se deshilacha a medias con el horizonte. A cuántos idiotas que enarbolan banderas y discursos nacionalistas no les vendría de perlas ver esta película. El cine sigue siendo una fuente de belleza y conocimiento, y quienes lo disfrutábamos antes de la pandemia arrastramos un sentimiento parecido a la orfandad. En mi caso, casi físicamente pues, dado a extraviarme en cualquier sitio, era la referencia que tomaba para orientarme en una ciudad: al poco de llegar a León, mi cinefilia me permitió quedar con terceros echando mano de la sede de sus salas de cine, que afortunadamente cubrían todos los puntos cardinales de la capital. ¿Qué cine queda cerca de esa plaza?, preguntaba y así configuraba mi propia brújula para llegar a tiempo a la cita. Eso me obligó a conocer los cines disponibles y a visitarlos en las reposiciones y los estrenos de rigor. Algunos los cerraron antes de que tuviera tiempo de amarlos, pero todos me dejaron su huella honda y particular. Tal vez, de los que guarde memoria más intensa, sea de los Kubrick, probablemente porque tenían un acomodador que, a diferencia de los que te puedes encontrar ahora, demostraba una pasión por el cine poco común. En más de una ocasión le pedí que me guardase el cartel de alguna película, súplica que se tomaba con absoluto compromiso y seriedad. Gracias a él me hice con algunas ediciones maravillosas, entre ellas la de los jinetes que cabalgan con salvaje despreocupación en ‘Forajidos de leyenda’, de Walter Hill. Me pregunto qué habrá sido de él, espero que la vida lo haya tratado con generosidad y respeto. En León vi, una tarde de setiembre, poco antes de comenzar las clases y regresar a Bilbao, ‘Fuego en el cuerpo’, de Lawrence Kasdan, y siempre asociaré la falda roja y el caminar sedoso de Katheen Turner al Pasaje, que no sé por qué me parecía un cine periférico y crepuscular, un sitio donde las películas llegaban para despedirse por última vez.

No estoy seguro de si el tema de este artículo era la nostalgia, o una forma de expresar que echo de menos el cine. Aunque, ahora que lo pienso, puede que sea lo mismo.
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