Una extraña gente que grita Vladimir

Nueva exhibición de Cupara, que contagia a sus compañeros y calienta a la grada como nadie / Incansable en su ‘banda’ Guijosa, otro asturiano fundamental y el nuestro Juan

Fulgencio Fernández
25/09/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Que no se alegre Putin, que sé que nos lee cada mañana antes de empezar con el Pravda, pero aquella extraña gente que en León gritaba ¡¡¡Vladimir!!! no lo decían por él sino por un joven serbio que se apellida Cupara, portero del Ademar, gigante y con ese punto de locura que no les puede faltar a los que se ponen bajo los palos de una portería de balonmano. Una vieja definición decía que el balonmano «es un deporte en el que seis jugadores tratan de matar al portero contrario pero nunca lo consiguen».

Quién le iba a decir al hermano Tomás y aquellos frailones que pusieron en marcha este tinglado hace sesenta años que el pabellón gritaría «¡¡¡Vladimir!!!», con lo ruso que suena y con lo malos que siempre fueron los rusos, incluso ahora que ya no tienen rabo.

No me pidáis que os diga nada del otro equipo, que no fui capaz de aprender ni el nombre, ni de tácticas, ni de defensas... pero no os imagináis lo que disfruté mirando para el gigante al que dicen Vlaaaaaadimir en el megafonía del Palacio. Un punto loco pues si no es imposible ser más grande de lo normal. Diferente. Nada más empezar el partido se puso un beso en la mano, con mimo, y lo posó sobre los postes y el larguero como si quisiera hacerlos cómplices o a ellos les pidiera perdón por los golpes que van a llevar, perdón que nadie le pide a él cuando le fusilan con toda la violencia posible.

Y pronto comenzó su recital de paradas. Mientras la megafonía extendía el Vlaaaaadimir él lleva a cabo todo un ritual:Levanta sus enormes brazos al cielo con los puños cerrados, después se golpea el pecho, levanta otra vez los brazos, se golpea las piernas y se encara con la grada con los brazos nuevamente en alto: «¡¡¡Vamos!!!».

Y la grada responde.

Con su primera serie de paradas se puso el Ademar por delante y nunca más quedó detrás.

Después de unas paradas suyas el entrenador rival pide tiempo para destemplarlo. Él no va al grupo, golpea al poste, incita a la grada y cuando ésta responde se va al grupo. El joven Jaime le toca la mano como si le dijera «pásame tu raza». Le abraza. Vamos.

En el segundo tiempo se repite la escena. Una serie suya permite irse al Ademar. De nuevo el rito. De nuevo el grito. De nuevo no es para Putin.

Y así contagió a todos. Aunque a Guijosa no le hace falta. Sigue corriendo su banda con pasión, como cuando fue el Mejor Jugador del Mundo, y cuando las cosas le salen bien se golpea el pecho, con fuerza. Al final del partido tiene un redondel de sudor, ¿en el sobaco? no en el pecho, donde se golpea una y otra vez cuando entiende que hacen «lo que yo les dije».

¿Quién lo hace? Todos. ¡Qué buen resultado nos dan los asturianos! Ahora Costoya, no en vano se gritaba en la grada detrás de mí: «Viva Asturias del Puerto p’acá».

¿Y el nuestro Juan? Pues cuando llegaron esos penaltis que exigen sangre fría para allá fue él, al engaño, como cuando pesca, haciendo creer a la trucha que el anzuelo es mosquito. Un gigante ante él. Miro, amago y ahí te queda. Gol.

Se acababa el partido. Se pusieron a uno, miedo escénico. Mixta a Costoya. La coge Juanín, la bota como si quisiera pasar el tiempo, se acerca como sin querer y, de repente, acelera, dispara, gooool, y partido de Champions.

Ha pasado una hora del final. Estoy escribiendo en la grada. En la cancha sólo una persona. Un gigante serbio, en calcetines blancos hace estiramientos. Como si quisiera sacar tanta tensión acumulada el bueno de Vladimir.

- ¡¡¡Vamos!!!

Levanta la mirada. Sonríe. Puños al cielo. ¡¡¡Vamos!!! Qué grande.
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