Una defensa filosófica de la Sanidad Pública

Pablo Huerga Melcón
02/03/2023
 Actualizado a 02/03/2023
El domingo 19 de febrero me encontré en las redes sociales una recomendación de Andrés Trapiello. Solicitaba compartir y leer un artículo de Félix de Azúa, tildándolo de excelente, sobre la sanidad pública y privada. Me puse a leerlo inmediatamente, porque Trapiello y Azúa siempre me gustan. Se titula ‘Conozco el percal’, y es un comentario a cuenta de las protestas madrileñas por la sanidad pública.

Azúa sostiene que la manifestación de Madrid obedece a oportunismo político. Lo cual me parece cierto. No obstante, creo que la manifestación es legítima. La defensa de la Sanidad pública es una prioridad absoluta. Lo perverso es que se cargue contra la de Madrid como si su política no tuviera una cobertura en el seno del Estado y de sus gobiernos, verdaderos responsables de que las comunidades autónomas puedan ir borrando y difuminando la frontera entre lo público y lo privado en Sanidad.

Azúa y muchos que se consideran de izquierda, usa una lógica según la cual ser de izquierdas consistiría entre otras cosas en defender sólo la sanidad pública, mientras que ser de derechas, supondría defender la sanidad privada. Azúa añade que las dos son igualmente buenas, que las ha probado y le gustan.

Lo primero que habría que decir es que la sanidad pública y la privada no son equiparables. La sanidad pública no es una empresa en el sentido capitalista vulgar. Tiene rasgos de empresa, porque es un entramado institucional complejo, sometido a la lógica de los procesos productivos. Pero no es una empresa por la sencilla razón de que la sanidad pública no tiene ni pretende obtener beneficios económicos.

Y no tiene beneficios porque es universal y gratuita. Debe atender a cualquier usuario y lo debe atender con todos los medios disponibles. En la sanidad pública no hay ‘caminos reales’ para la salud. Un cliente compra en función del dinero que tiene, pero un enfermo no elige la enfermedad en función de su valor de mercado. En la sanidad pública, el más menesteroso es atendido con todos los medios disponibles, como si fuera un rico en una clínica privada de lujo. No sé si eso le molesta a alguien. A mí me llena de orgullo.

La sanidad pública y la sanidad privada se sitúan en dos planos o estratos diferentes, dentro de la estructura del Estado. Por su naturaleza, la sanidad pública se sitúa en lo que Gustavo Bueno llama la capa basal del Estado, mientras que la sanidad privada, como el resto de las empresas que siguen la lógica del capitalismo elemental, están situadas en lo que Gustavo Bueno llama «capa cortical».

La capa basal del Estado está configurada por un entramado institucional que se ha ido fraguando durante más de dos siglos en la España moderna. Y ese entramado institucional constituye un fundamento universal para el despliegue de lahistoria moderna de España. La lógica que ha dirigido el proceso de conformación del Estado tiene fundamentos ideológicos socialistas, positivistas, y universalistas.

Precisamente la fortaleza de esas estructuras institucionales es la que permitirá después el libre juego económico e incluso el libre juego político. Ningún político ha puesto en duda la necesidad de esos fundamentos, que funcionan con una lógica maravillosa y en la que siempre han estado involucrados preclaros funcionarios de gran compromiso y eficiencia profesional. Esto lo estudia Juan Pro en su libro, La construcción del Estado en España (2019).

Como digo, la sanidad pública se sitúa en ese sustrato institucional, en la capa basal, y está sometida a una lógica socialista inevitable por su carácter universal y gratuito. No podemos situarla en la superficie del libre juego empresarial económico en donde reina la competencia, el intercambio, el comercio, el consumo, el gasto, o las votaciones electorales. La lógica de esta capa superior, que llamamos la «capa cortical», no es socialista.

Podría serlo, si se dan las circunstancias para crear un único partido y reducir toda la vida de un país a ese sustrato institucional estatal socialista. Estos engendros dictatoriales –de izquierda y derecha–, sin embargo, han fracasado una y otra vez. Es ahí donde se sitúan los totalitarismos, cuando se pretende subsumir la capa cortical en la capa basal. Y, al contrario, cuando se pretende disolver la capa basal en la capa cortical, estaríamos en el neoliberalismo más radical, el de Milton Friedman, por ejemplo, que también, ‘paradójicamente’, ha necesitado la dictadura, como apunta Nahomi Klein.

Si aplicamos esta distinción a la noción del verdadero Estado de Kant: «aquel cuya constitución se establece en función de la igualdad de los ciudadanos, la unidad de las leyes, y la libertad de los hombres», podría decirse que en la capa basal las relaciones entre los ciudadanos se dibujan en una escala de igualdad que trasciende la propia vida de las personas. En la capa cortical, las relaciones entre los ciudadanos pueden darse en ámbitos de desigualdad económica, en el libre juego de las oportunidades económicas y políticas.

La capa basal constituye el pasado, el presente y el futuro de una nación, los muertos, los vivos y los nascituri; la capa cortical se expresa en un presente anómalo entre los nacidos y fenecidos. No obstante, es desde la capa cortical desde donde los diferentes gobiernos gestionan, mantienen, actualizan y renuevan esa capa basal, haciendo uso de los mejores profesionales formados en el sistema educativo de la nación, que, entre otras fines, debería estar para eso.

Por tanto, sin Estado no puede haber igualdad, ni justicia social. Pero, atención, tampoco puede haber libertad, ni comercio, ni capitalismo. No hay empresa privada con beneficios que no le deba la mayor parte de su éxito al Estado. Por eso, hay algunos empresarios perfectamente conscientes de ello, que han contribuido con su dinero a mejorar la sanidad pública. Empleados, clientes, proveedores y demás, van a la sanidad pública, han estudiado gracias a un sistema público universal y gratuito de educación, usan las carreteras, las redes de alcantarillado, el agua corriente, la electricidad, las redes de comunicaciones que ha creado y sostiene el Estado, etc. Los servicios de la capa basal garantizan y permiten el libre desarrollo profesional de la iniciativa privada, precisamente.

Muchas veces, cuando vamos a votar, confundimos ambas capas. Pero en general lo que prevalece es el olvido de la capa basal. De hecho, los partidos de izquierda en España están enfangados en un globalismo desquiciado. Como los argumentos son sofísticos, se abstrae siempre la evidencia de ese sustrato sin el cual nada sería posible. Y así, se dice de un modo simplista que estamos en un sistema capitalista, cuando todo el entramado productivo económico capitalista de la sociedad española depende de esa capa basal socialista del Estado.

En la capa cortical pueden de hecho proliferar empresas privadas de sanidad (es decir, empresas cuyos fines son curar a la gente gastando menos y obteniendo beneficios por la atención). Estas empresas pueden ofrecer servicios alternativos para gente capaz de pagarlos, desde la odontología hasta todo lo que todos sabemos. Pero la sanidad privada es un negocio de servicios sanitarios amparado por esa cobertura basal fundamental, la sanidad pública, que no actúa en la lógica del capitalismo aunque tiene que bregar y sostenerse en medio de ella; que no atiende a clientes, sino a enfermos.

Desde esta perspectiva, ¿qué puede significar privatizar la sanidad pública? Ante todo, significa sustraerla de la capa basal y someterla a la lógica de la capa cortical. Esto lo hacen los gobiernos, sin duda. Los procesos de privatización son sutiles y perversos. Por un lado, se procura deteriorar el sistema sanitario público. Los gobiernos del Estado limitan la formación de médicos con notas de corte muy elevadas para generar escasez de médicos. Tampoco invierten equitativamente. Transfieren las competencias a las diferentes comunidades, generando situaciones de desigualdad evidentes. La asignación presupuestaria también varía por comunidades, sometida incluso a chantajes políticos.

Los gobiernos desvían fondos públicos, permiten conciertos con empresas privadas después de descomponer el sistema nacional de salud y aplican lo que vulgarmente se define como la ley del embudo: el Estado corre con los gastos y las empresas privadas obtienen beneficios. Lo lógico es que el sistema de salud no dé beneficios, pero desde luego, si los diera, como defienden las empresas privadas concertadas y algunos partidos, entonces con mayor razón ningún gobierno debe conceder conciertos para la gestión de la sanidad pública.

Sería honorable que en España los líderes políticos prefirieran ser atendidos en los hospitales públicos. Hoy los vemos salir entreverados en medio del famoseo, de clínicas de prestigio, que se alimentan de subvenciones públicas, de profesionales formados en las universidades públicas españolas y de las investigaciones que llevan a cabo nuestros profesionales en los centros de referencia.

Por ello, se puede decir que el intento de transferir los entramados institucionales públicos de la capa basal a la capa cortical privatizándolos, pone en riesgo la propia supervivencia del Estado. Es la lógica del capitalismo globalista actual: hacerse con el control de las estructuras basales de los estados para dinamitar su fortaleza. Los gobiernos, de cualquier tipo que sean, siempre que estén pensando en el bien común, deben evitar estas circunstancias, agravadas por la presión internacional, y por la debilidad relativa de cada estado, y de los propios gobernantes, atrapados, a veces, en sus propias debilidades personales.
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