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Una cosa sí he aprendido

11/05/2020
 Actualizado a 11/05/2020
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Les mentí la semana pasada, un poquito, bueno, tampoco creo que sea mentir, solo que me he dado cuenta esta semana que sí he aprendido algo durante el confinamiento, espero que me perdonen el descuido. Seguramente no me vaya a salvar la vida lo que he aprendido, ni siquiera a transformarla un poquito. Tampoco creo que me haga mejor persona ni es ningún título, pero es algo que me eleva el ánimo.

Es tan sencillo como darle la vuelta a la tortilla de patata sin tapadera ni plato, con un ligero golpe de muñeca, que no me va a llevar a ganar Roland Garros, por más que parecidos que se quieran sacar a la sartén y la raqueta. No son 500 kilómetros en bicicleta sin salir del salón ni un mural hiperrealista de 12 metros pintado con un boli Bic ni una sinfonía para la eternidad, pero estas son mis capacidades y con ellas disfruto viendo el tsunami de huevo, patata, cebolla y aceite deslizarse sobre el teflón, rizarse en la pared antiadherente de una sartén alta y volverse de nuevo amarilla planicie asentándose en su geometría final con un breve y sensual bamboleo con el que solo pueden competir los mejores flanes. En cualquier pasión, la física llega después de la química.

Ya de sincerarme sobre este placer mundano, les contaré también que he fantaseado con un Isaac Newton valdornés, tierra de excelentes tubérculos, que en lugar de inspirarse en un manzanazo en la chola a traición hubiera caído en lo de la Gravitación Universal al observar el mágico giro del producto de media cebolla, ocho huevos y cuatro patatas (hasta ahí llego yo, por el momento) escapando momentánea y deliciosamente de las fuerzas que lo atan a la Tierra.

La Historia no se puede cambiar y tampoco conviene mucho repetir nuestro pasado, aunque sea el inmediato. Por eso yo ya estoy inmerso en la próxima receta, algo nuevo que aprender. Seguro que muchos ya lo han adivinado: un Roscón de Reyes.
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