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Una caricia llamada Fernando

27/01/2019
 Actualizado a 12/09/2019
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Ayer en Málaga era enterrado Don Fernando Sebastián Aguilar, cardenal de la Iglesia, arzobispo emérito de Pamplona-Tudela y obispo que fue de León entre 1979 y 1983. Uno de los hombres más importantes de los últimos 50 años en España, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella. Nadie discutirá que él tuvo parte importante en la renovación de la Iglesia española del tiempo del postconcilio, en la revisión de los estudios teológicos necesitados de encarnación, en la cimentación de la evangelización en nuestros días, en la fluidez del diálogo de la Iglesia con la sociedad y hasta en la placidez y lucidez con que se fue obrando la filigrana de la transición política y social.

Desde aquí es deber más de gratitud que de justicia tener de él un recuerdo que contribuya a mantener viva su memoria. Él mismo, en su libro ‘Memorias con esperanza’, evoca lo más intenso de su quehacer episcopal en León: la cercanía a los sacerdotes, la animación de las parroquias, la labor social de la Iglesia («humanizar a la luz de la fe»), el cuidado de la catequesis y la iniciación cristiana, la comunicación directa con los fieles y las preocupaciones hondas por las familias (con la creación del Centro de Orientación Familiar, COF), el mundo rural que ya empezaba a envejecer y despoblarse, la minería, la etnia gitana, los afectados por la epidemia de la colza… En resumen, confesará que su paso por León le enseñó a ser Obispo y a ser mejor cristiano.

Desde el ángulo de visión de este lado (35 años después de su traslado a la Secretaría general de la Conferencia Episcopal en Madrid), coincidiremos en reconocer que, además de su categoría intelectual, fue un hombre de prudencia, que mostraba en su capacidad para escuchar largamente si era necesario; de cercanía cálida, asentada en el hecho de tener registrados vida y milagros de muchísimos diocesanos, causa de la confianza que inspiraba; de lucidez en hacer lectura de palabras y acontecimientos, lo que le abría camino para ser eficaz y práctico, bagaje adquirido en sus difíciles años como rector de la ‘Ponti’ en Salamanca; de sentido de comunión, con interés por ser obispo de todos y para todos; y, como base, de haber sido un hombre de fe firme, como se ve por sus breves escritos que tituló ‘Cartas desde la fe’, que él ‘inventó’ en León y no abandonó nunca, en los que ponía en diálogo la realidad y el credo cristiano.

Don Fernando ha sido, sin duda, una caricia de Dios. Para muchos. También para nosotros. Gracias al Acariciador y a la caricia.
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