Una cariátide hecha con un tuberculoso

Bruno Marcos recuerda la figura antibohemia de Pío Baroja a punto de finalizar el año en que se cumplen 150 de su nacimiento

Bruno Marcos
24/12/2022
 Actualizado a 24/12/2022
Pío Baroja en su despacho.
Pío Baroja en su despacho.
Decía el pobre Alejandro Sawa, genio y figura, valleinclanesco Max Estrella, después de alabarlo en sus principios de ‘Vidas sombrías’, que el joven Pío Baroja le había defraudado, que era inconsistente, que carecía de fuerza para resistir pesos, que era un invertebrado intelectual, que nunca soñó la escultura hacer cariátides con tuberculosos. Eso, antes de morir bohemio, pobre, ciego, furioso y loco en una buhardilla de la madrileña calle Conde Duque.

Pío se vengó de Sawa sacándole ridículo en sus novelas y memorias con apariciones insignificantes en esas digresiones suyas que le afean los estilistas pero que siempre dejan algo. Sawa fue el Villasús de ‘El árbol de la ciencia’, un «pobre diablo», un «completo majadero que había echado a perder a sus hijas por un estúpido romanticismo», que no notaba la mala voluntad que ponían todos en sus bromas y cuyo cadáver fue sometido en el velatorio a todo tipo de torturas por sus amigos que le daban por cataléptico mientras ponían el timbre en su final miserable como signo de su genialidad.

Baroja de todos los bohemios sólo salva a un tal Cornuty que, por extranjero, decía en español espontáneamente cosas absurdas. En los bohemios sólo veía gente desgraciada, hambrienta y fantasiosa. Que él no pretendió ser un artista queda claro y que el arte, como tal, tampoco le interesaba gran cosa, que Picasso y todos los demás le parecían bobadas, salvando acaso el pintar bien, como uno de sus pocos amigos pintores, Darío de Regoyos.

¿Y si le cargaban tanto los artistas bohemios por qué le caían bien los individuos díscolos, vagabundos, derrotados…? Dice su sobrino Caro Baroja que en el lecho de muerte, aparte de Hemingway, Cela y los otros, aparecieron por la casa en procesión una colección de ellos, como si los personajes de sus novelas fueran a darle un último homenaje. Posiblemente le diesen la razón con su fracaso andante al pesimista viejo.

El mundo barojiano es de alguna forma deudor de esa vida bohemia que odiaba pero que le dio su lección de realismo. No podía vislumbrar el bohemio Sawa en lo que se convertiría Baroja, ciento cincuenta años después de su nacimiento Baroja es Baroja, prácticamente un arquetipo, un pilar de nuestra cultura; hecho, eso sí, de torceduras, de su esqueleto curvo o encorvado que miraba con gesto agrio la realidad viviente, ciertamente una cariátide hecha con tuberculosis.
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