Una brutal ‘Elektra’ para celebrar los cien años de Salzburgo

Las sopranos Asmik Grigorian y Ausrine Stundyte brillan en la tragedia de Richard Strauss, pura vanguardia sonora

Javier Heras
26/05/2022
 Actualizado a 26/05/2022
Asmik Grigorian y Ausrine Stundyte en la representación de ‘Elektra’ en Salzburgo. | L.N.C.
Asmik Grigorian y Ausrine Stundyte en la representación de ‘Elektra’ en Salzburgo. | L.N.C.
El Festival de Salzburgo cumplía cien años, y una pandemia mundial no iba a impedir que lo celebrasen. En verano de 2020, con los teatros de Europa cerrados, la ciudad austriaca sacó adelante su edición más restringida pero también más meritoria. De la programación original solo se mantuvo un título: ‘Elektra’. Qué mejor homenaje a los padres fundadores del certamen: Richard Strauss, Hugo von Hofmannsthal y su amigo Max Reinhardt.

Este jueves a las 20:00 horas, Cines Van Gogh proyecta la grabación desde Salzburgo de este nuevo montaje. Lo dirige el polaco Krzysztof Warlikowski (1962), discípulo de Bergman o Peter Brook, aplaudido en 2018 por ‘Las bacantes’, de Henze. Propone un enfoque de thriller psicológico concentrado en las relaciones personales y los traumas. Con vestuario y decorados contemporáneos –escuetos pero eficaces–, confronta dos elementos: la sangre y el agua. De la Filarmónica de Viena, Welser-Möst extrajo intensidad y color. En el elenco destacan las sopranos lituanas Ausrine Stundyte y Asmik Grigorian, habitual como Salomé y Rusalka.

La gestación de esta ópera se remonta a 1903, cuando el libretista Hofmannsthal llevó a escena la tragedia clásica de Sófocles sobre la venganza de la hija de Agamenón. Electra, junto a su hermano Orestes, asesina a su propia madre, la adúltera Clitemnestra, que años atrás había matado a su marido, el rey de Micenas. La versión del poeta vienés se estrenó en Berlín con dirección del prestigioso Reinhardt. Allí la vio Strauss, que venía de su gran hito: Salomé. Inmediatamente le pidió permiso para adaptarla. Con ‘Elektra’ daría comienzo una colaboración tan fructífera como la de Mozart y Da Ponte: durante dos décadas, elaboraron seis títulos; obras maestras como ‘El caballero de la rosa’, de tal altura literaria que se pueden sostener sin música.

Aunque estos mismos personajes habían inspirado numerosas óperas desde el Barroco, la visión de Hofmannsthal los desmitifica. Grecia se había considerado la cuna de la civilización, pero a principios del siglo XX se revisaron sus aspectos primitivos; el lado sórdido y cruel de los mitos, llenos de sacrificios y de crímenes que expían otros crímenes. Se intuyen ecos del psicoanálisis de Freud, tan de moda en Viena, con sus estudios sobre los sueños y la histeria.

Por su parte, Strauss (1864-1949) completó el retrato con una partitura revolucionaria, capaz de ahondar en los abismos del alma, la culpa, el odio. Su expresionismo musical, agresivo y estridente, se adelantó a Schönberg o Alban Berg. Un lenguaje nuevo no ya por la acción fluida, sin cortes, o el canto –natural como el habla–, sino por la armonía: áspera, violenta, reflejo de la conciencia de sus protagonistas. Electra entra con un acorde politonal, muy disonante; y el monólogo de Clitemnestra hace imposible encontrar el acorde de tónica. Es directamente atonal.

Esta ruptura tiene un por qué; no responde a la provocación. Como buen heredero de Wagner, el compositor de Así habló Zaratustra aspiraba al drama musical, a la unión íntima entre partitura y texto. Si los hechos narrados son atroces, así los representa el sonido; y lo mismo hará con el amor. El regreso de Orestes, al que daban por muerto, se traduce en una melodía romántica muy bella. De la misma manera, la dulzura de Crisótemis –en contraste con su crispada hermana– da lugar a líneas emotivas, líricas, en compás ternario, casi un vals.

Strauss se saltó tradiciones como la trama amorosa o el villano barítono; inventó el desenlace -la princesa baila hasta la muerte, en éxtasis-, redujo al mínimo la presencia de Orestes y en cambio concedió el protagonismo a Electra –que nunca sale de escena– y a la orquesta. De un tamaño jamás visto (110 músicos), produce un volumen descomunal y exige un nuevo tipo de canto dramático. Como hilo conductor, emplea medio centenar de leitmotiv, ideas musicales cortas y reconocibles, vinculadas a personajes, objetos, afectos. El fundamental es el del padre, Agamenón, cuatro notas fortísimas como las sílabas de su nombre.

Esta ópera en un solo acto, la más breve del repertorio, vio la luz en Dresde en 1909, el mismo año en que Kandinsky presentó las primeras pinturas abstractas. Tachada de inmoral, se expandió rápido por 25 ciudades.
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