Una ‘Aida’ reivindicativa en París

Jonas Kaufmann y Sondra Radvanovsky protagonizan la tragedia egipcia de Verdi en la Bastilla. Un montaje de Lotte de Beer, crítico con el colonialismo y la xenofobia, que este jueves exhibe Cines Van Gogh

Javier Heras
02/06/2022
 Actualizado a 02/06/2022
Una imagen del montaje de ‘Aida’ a cargo de Lotte de Beer que este jueves se exhibe en Cines Van Gogh. | L.N.C.
Una imagen del montaje de ‘Aida’ a cargo de Lotte de Beer que este jueves se exhibe en Cines Van Gogh. | L.N.C.
A principios de 2021, mientras la mayoría de teatros de ópera del mundo continuaban cerrados por la pandemia, algunas compañías tuvieron la audacia de buscar fórmulas alternativas. El esfuerzo era mayor que la recompensa, pero valía la pena mantener viva la llama de la cultura. Así lo hizo la Bastilla de París, que decidió retransmitir solo en streaming sus funciones. En esa temporada sin público presencial, la producción más destacada fue sin duda una ‘Aida’ con el mejor elenco posible: tres de las grandes voces del siglo en plena madurez de sus carreras.

Hoy ninguna soprano hace sombra a la estadounidense Sondra Radvanovsky (1969). Su potencia, sus agudos poderosos, su timbre brillante, su técnica refinada, su capacidad para sentir cada frase, la convierten en la perfecta heroína, llámese Tosca, Norma, Anna Bolena o Aida; lo han comprobado el Metropolitan neoyorquino, el Liceu o Viena. Algo similar puede decirse del tenor alemán Jonas Kaufmann (1969): no es solo su aura de estrella de cine, sino su expresividad, emoción y soberbia regulación del volumen, del forte al susurro. Por último, el barítono francés Ludovic Tézier (1968) pasará a la historia como un Amonasro elegante, de voz rica, nítida y homogénea. La orquesta parisina, bajo las órdenes de Mariotti, demostró energía y sutileza.

Cines Van Gogh proyecta este jueves a las 20:00 horas esta producción dirigida por Lotte de Beer. La regista neerlandesa (1981) era consciente de que los montajes de la tragedia de Verdi suelen pecar de clásicos, con estereotipos como las pirámides o los elefantes. Cuando estudió en profundidad el libreto, halló un tema fundamental: el colonialismo. Por eso planteó una lectura crítica con las potencias europeas del siglo XIX, «un tiempo en que el arte se saqueaba de Egipto para lucirse en los museos occidentales». En el segundo acto, coincidiendo con la marcha patriótica, se representan pinturas tan célebres como ‘La Libertad guiando al pueblo’ (1830, Delacroix) o la fotografía ‘Alzando la bandera en Iwo Jima’ (1945, Joe Rosenthal).

De Beer, responsable de la Ópera Popular de Viena (Volksoper Wien), ha dirigido en Copenhague, Múnich o Bregenz, y con su propia compañía –Operafront– se centra en atraer al público joven. En su debut en la capital francesa, habría preferido un elenco multirracial para los papeles etíopes de la trama. Pintarles la cara de negro no era una opción, así que propuso un juego escénico: usó marionetas del teatro japonés Bunraku.

‘Aida’, antepenúltima creación de Giuseppe Verdi, sigue asombrando al público y a los expertos por sus espléndidas melodías, sus personajes bien caracterizados y su acción vibrante, concisa y sin interrupciones ni números cerrados. Surgió en 1871 por encargo: el virrey de Egipto Ismail Pachá idolatraba al compositor italiano y, no contento con inaugurar la ópera de El Cairo con ‘Rigoletto’, le pidió una nueva obra para la apertura del canal de Suez. El músico le dio largas hasta que su amigo Camille du Locle (escritor de ‘Don Carlo’) le presentó un argumento que le interesó: una princesa etíope se enamora del general del ejército enemigo, a quien también ama la hija del faraón. Ideada por el egiptólogo francés Auguste Mariette, contenía los dilemas y las pasiones humanas que tanto le atraían. Como explica el musicólogo Luis Gago, «a partir de ‘Rigoletto’ el conflicto ya no sucede entre personajes sino sobre todo dentro de cada uno»; la joven Aída se debate entre el amor y la patria.

Verdi y Du Locle trabajaron codo con codo en la Villa Sant’Agata hasta rematar el libreto en francés, que versificaría en italiano Antonio Ghislanzoni. El autor de ‘La Traviata’ culminó su búsqueda del drama musical: la unión profunda entre las palabras y la partitura. Todo se ajusta a la acción, tanto el canto (los saltos al registro agudo de la protagonista para expresar su tormento) como la orquesta (los violines que recrean la calma del agua del Nilo; el arpa arcaica de las sacerdotisas). En plenitud a sus 57 años, se involucró como nunca en el texto. Suya fue la crítica a los abusos del clero –como en Nabucco–, así como la idea del lamento de Aída por su patria y, en especial, del desenlace, con los amantes en la tumba, donde mueren abrazados. Son esos pasajes los que demuestran que ‘Aida’ va mucho más allá del fuego de artificio al que se suele asociar por sus escenas de masas. Bajo la grand opéra con ballet, fanfarria y coro hay una obra intimista y romántica que empieza y termina en ‘pianissimo’.
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