Un templo sagrado

José Ignacio García comenta el libro de Gregorio Fernández Castañón 'Hilando con fuego y nieve'

José Ignacio García
08/10/2022
 Actualizado a 08/10/2022
El escritor y editor Gregorio Fernández Castañón. | MAURICIO PEÑA
El escritor y editor Gregorio Fernández Castañón. | MAURICIO PEÑA
‘Hilando con fuego y nieve’
Gregorio Fernández Castañón
Los libros de Camparredonda
Narrativa breve
224 páginas
28,00 euros


De niño, mis padres solían llevarme de visita a casa de unos señores muy importantes, a los que llamaban don Antonio y La madrileña. Eran muy importantes porque él era ingeniero y había «metido a trabajar» (decían entonces los mayores) a mi padre en la fábrica automovilística más grande de la ciudad.

Me encantaba ir a aquella casa porque era enorme, olía muy bien, siempre estaba reluciente y atesoraba cientos de libros; porque sus dueños me daban de merendar bocadillos de Nocilla, me regalaban tebeos de El guerrero del antifaz y porque, incluso, tenían un loro (aunque podía ser un periquito) de fastuoso plumaje que decía palabras que no recuerdo, pero que en aquella edad infantil me hacían mucha gracia.

Pero lo que más recuerdo es que para entrar en aquella casa había que descalzarse y pisar sobre unos paños de fieltro con forma de peces, para no estropear el parqué del suelo.
Algo así sucede con el libro que hoy me ha cautivado, que no se puede entrar en él con tacones de aguja que hagan agujeros ni con bolígrafos que subrayen párrafos ni con rotuladores fosforescentes que resalten frases o diálogos memorables. Y no porque no los haya, sino porque ‘Hilando con fuego y nieve’, como las catorce anteriores entregas de Los libros de CamparredOnda −editados por Gregorio Fernández Castañón, pero firmados por diferentes autores−, como Los libros de CamparredOnda formato XL o los volúmenes de la colección Narrativa lúdica experimental, rubricados todos ellos por el propio Gregorio, son auténticas joyas que contienen toques manuales artesanales que las hacen absolutamente diferentes unas de otras.

En una palabra, o en pocas: cada uno de esos libros es un acontecimiento bibliográfico, un museo itinerante de páginas abiertas que albergan literatura, tradición, folklore, etnografía, historia, gastronomía, monumentalidad, música y, por encima de todas las cosas, amor a la Cultura y a León.

Y el que hoy nos ocupa, no lo iba a ser menos. Deteniéndonos en lo estético, las doscientas y pico páginas parecen impresas sobre pergamino y las palabras se entreveran con las magníficas ilustraciones de ese genio del dibujo y de la batería que es Alejandro Cartujo, con fotografías que enaltecen los textos a los que acompañan y, por si fuera poco, cada ejemplar está firmado de su puño y letra por el autor −dedicándoselo así a cada lector−, y añade un desplegable, pegado a mano y alusivo al mural que Vela Zanetti pintó en la sede de la ONU, en el que incluye seis microrrelatos alusivos a cada una de las partes del gigantesco mural. Pero, hablando de pintura, y por si lo anteriormente detallado no fuera suficiente (y no crean que me estoy convirtiendo en un mercachifle de la Teletienda que pondera las virtudes del producto que trata de enjaquimar a la audiencia), el libro incluye un punto de lectura que reproduce de forma facsimilar un calendario de Salvador Dalí, al que Gregorio añade en los reversos un relato autobiográfico que alude y ensalza su trayectoria vital, sus recuerdos personales y de familia, su esencia inalterablemente leonesa.

Pero ‘Hilando con fuego y nieve’ no es solo un escaparate de belleza bibliográfica que haya que observar de lejos, como los cuadros del Louvre o del Hermitage, para que las obras de arte que contiene no se deterioren. ‘Hilando con fuego y nieve’ es una eminente criatura literaria que sirve para que los lectores nos reencontremos con el Gregorio narrador de sus orígenes, de ‘Remolinos de furia’ o de ‘Juego de perros’; un prosista poderoso, que construye las frases con una solidez a prueba de inconsistencias ortográficas o gramaticales, que deambula entre lo rural y lo urbano, que maneja la jerga añeja y pueblerina con gracioso donaire y que enarbola la semántica contemporánea con elegancia irreprochable, como esos trajes de gala exentos de arrugas.

Previene el autor en el prólogo al lector de que se va a encontrar con tres tipos de relatos, entre los 27 que se congregan en la recopilación. No está mal la advertencia, pero es innecesaria. Basta con sumergirse en la lectura de la primera historia para dejarse llevar por un universo de imaginación que surge, eso sí, de sus raíces, de su Otero de Curueño natal.

Pero Gregorio no cede al atractivo goloso de dejarse llevar por lo autóctono de una manera facilona y casi etnográfica o folklórica (aunque haya guiños a las canciones populares o recurra puntualmente al auxilio de La Braña). Gregorio nos convoca en un filandón alrededor de la lumbre baja del hogar, nos hace copartícipes de su buen hilar, nos involucra o provoca en ocasiones; y aunque algunas narraciones surgen de anécdotas conocidas o de esa tradición oral que se propagaba de antiguo de boca en boca, Gregorio da un baño de barniz personal a cada cuento, sin olvidarse nunca de ese genio (creativo y humoral) reivindicativo que denuncia la despoblación de los pueblos, la ruina posterior, la sumersión bajo las aguas; y a partir de esa pátina esmaltada aporta sentimientos, soledades, nos habla de la vida o de la muerte o de la nostalgia, de la luz y la oscuridad, de lo trágico y lo cómico, del ruido o del silencio, del agua o del sol o de la tierra o de la nieve, de la noche o de la Navidad, de la vejez o de la infancia, de la guerra y de la necesidad de paz, de lo cotidiano, de lo antañón o de desgracias que se repiten en el tiempo, ahora que ha comenzado el juicio por el accidente del ALVIA de Santiago de Compostela, y que él nos recuerda con la masacre de 1944 en Torre del Bierzo. Aquella escabechina sobre la que no cayeron suficientes capas de silencio para enterrar tantas muertes.

Por lo general, los relatos se asientan en territorio leonés, pero resulta conmovedor el del cementerio unipersonal, el más pequeño de España, que sitúa en tierras ilerdenses, y que pone de manifiesto que personas insensibles, radicales y tontos de capirote abundan por doquier y se encuentran en todos los sitios.

Había tomado notas abundantes sobre las muestras de aliento poético que se respiran en distintos pasajes del libro; sobre la homogeneidad argumental y el sello personal de los relatos, por mucho que Gregorio se reste méritos y asegure que en algunos casos no ha hecho más que remendarlos o traducirlos. Pero me quedo sin espacio, ni siquiera para reconocer hoy mi subjetividad y mi admiración por este incansable adalid, a pesar de haber sido tantas veces incomprendido y orillado, de las Letras y la Cultura leonesas.
Quizás sea mejor que, como yo antaño o los practicantes de algunas religiones todavía, se quiten ustedes los zapatos y penetren reverencialmente en este templo sagrado de la gran literatura que León exporta al mundo.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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