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Un sondeo electoral a pie de cama

11/05/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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Domingo, primera hora. Qué digo: primerísima hora. Una llamada telefónica me anuncia, entre las nieblas del sueño, que quieren hacerme unas preguntas electorales. Vamos, un sondeo. Estoy en la cama, el sol se filtra suavemente. Pájaros en el exterior. No caben preguntas personales al sondeador: ¿quién es usted? ¿No tiene compasión del electorado? Nada. Todo es más mecánico. Me pillan con la guardia bajada, o sea, con la modorra matutina, y me avengo solícito. Soy todo suyo. No hay inconveniente, aquí entrego mi cuerpo electoral. Para que lo sondeen a fondo. Como es habitual en estos casos, tú nada sabes del encuestador, como no sabes nada de las empresas de telefonía móvil, pero ellos sí lo quieren saber todo de ti. Si es que no lo saben ya. ¿Creían que eso sólo ocurría con los bancos? Pues no. Edad, estado civil, profesión. Siendo, como son, las nueve de la mañana del domingo, no auguro un buen resultado a este sondeo. «Puntúe de 0 a 10 a los siguientes candidatos, sabiendo que 0 significa…». «Ya, ya», le digo. «Ya sé lo que significa 0 y 10». El sondeo, con detalle, avanza por mi serrano cuerpo electoral durante unos siete minutos. Me digo, mientras me dejo hacer: «ahora entiendo que algunas encuestas no acierten ni de lejos». Y pienso en el Reino Unido, donde, desde el empate técnico que auguraban los oráculos hasta el resultado verdadero de las urnas, con la victoria rotunda de Cameron de la Isla, ha habido un trecho más que notable. Los sondeos son, como el fútbol y la economía, un estado de ánimo. La urna implica, en cambio, un acto irrevocable: es una unión física, carnal, con la democracia. No hay marcha atrás. Pero el sondeo permite otras frivolidades, y por eso las encuestas se han convertido en una costumbre, o mejor, en un vicio. No sólo las encuestas a pie de urna, sino, como la mía de ayer, a pie de cama. Tanta pasión generan estas catas en nuestro estado de ánimo que hay medios que ofrecen incluso una encuesta diaria. Quieren pulsar cómo va el fruto, cómo va el amor. No hay duda alguna de que todo lo que va entrando en nuestras mientes, o en nuestros estómagos, a través del embudo mediático, tendrá que ver con el resultado final. La alternativa es aislarse, mantener una distancia de protección. Harto difícil, salvo que te instales en una cabaña en el monte: y siempre puede llegar un encuestador vestido de cabrero, dispuesto a despertarte un domingo a las nueve de la mañana. Eso sí: si me repiten la encuesta a la hora del vermú (sobre todo, después del vermú), prometo ser mucho más liviano en mis consideraciones. 
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