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Un silencio oscuro

16/03/2023
 Actualizado a 16/03/2023
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Del instituto recuerdo sobre todo el bullicio. Esa algarabía descontrolada de la adolescencia que no lograba ahogar ni el timbre del inicio de clase. La muchedumbre en los pasillos abarrotados durante los descansos tenía una banda sonora propia, un ruido blanco rebelde en el que nos sentíamos cómodos todos esos corazones sin estrenar que se creían capaces de arrollar a la vida como no lo había conseguido nunca antes nadie. Aquella sinfonía desafinada de hormonas sublevadas, peleas de alces e innatos rituales de apareamiento quedaba soterrada, que no apagada, durante las clases convirtiendo los pasillos en lugares extraños y aterradores donde en cualquier esquina podían aparecerse las gemelas Lisa y Louise Burns. Bajo aquellas paredes no había nada más insólito que el silencio.

Este lunes volví a pisar un instituto para dar una charla. Crucé la puerta principal en mitad del recreo ansioso por recibir esa bocanada densa de algaraza que activara la melancolía. Pero nada. El hall estaba lleno de alumnos mudos, sentados en una hilera de bancos, con la cabeza gacha en su teléfono móvil. Era un silencio oscuro. La profesora que esperaba para recibirme advirtió mi desencanto y enseguida comenzó a desahogarse: «Y así siempre, no hay el murmullo de antes, se pasan el tiempo absortos cada uno en su teléfono. A lo mejor incluso hablando con quien tienen al lado pero a través de chats o aplicaciones». Es una generación que habita ese metaverso que vendrá donde la realidad ha dejado de tener relevancia.

Hace ya treinta años el mejor truco de profesor para acallar la algarabía era quedarse inmóvil y pausado. Solo entonces el silencio, por embarazoso, se iba abriendo paso hasta reconquistar el aula. Qué difícil lo tienen ahora los profesores que en vez de mandar callar deben mandan hablar a los alumnos. Seguro que también añoran aquel ruido eterno de la juventud que ahora se ha convertido en un silencio engañoso. Tan peligroso como insoportable.
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