23/01/2020
 Actualizado a 23/01/2020
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Dice el refrán que hasta un reloj parado acierta dos veces al día, pero ni en esta nuestra maltrecha provincia ni en esta nuestra vieja piel de toro llegamos siquiera a eso. No acertamos con el momento en el que ha nacido este rebrote leonesista, porque es difícil que alguien lo valore fuera del terruño si coincide con el asalto a la legalidad perpetrado por la ralea separatista. «Lo que nos faltaba», pensarán en las altas y enmoquetadas esferas con ayuda de algunos bedeles autóctonos más pendientes del asiento que del sentimiento, del partido que del cometido, que no es otro que el de escuchar al menos a quienes les votan y les pagan.

Tampoco acertamos al apresurarnos a cerrar las minas solo para colgarnos la medalla de oro verde y aniquilar así media provincia a costa de poder hacernos fotos sosteniendo la pancarta del ecologismo barato que impera en la sociedad de hoy. Si el camino es largo, corre más el mastín que el galgo. Y por eso ahora llegan los clamores y nos mandan al guano en el reparto de las ayudas europeas para aquellos países que aún tiran de barrena.

No puede verse como un acierto algo que nuestros gestores públicos siempre niegan cuando gobiernan y denuncian cuando están en la oposición, pero que en realidad todos hacen y les gusta más que comer con los dedos. Hablo de bailar claqué sobre la tumba de Montesquieu, de pisotear la separación de poderes, pastorear el mundo de la toga y desequilibrar así su balanza. Una fiscal general que hasta hace dos días era diputada socialista y prefiere los tribunales formados por hombres (aún no he escuchado crítica alguna por parte del feminazismo) o una artimaña para que la ley se adapte al delincuente y devolver así algunos favores a la ralea separatista. Sobran las palabras.

Pero en realidad es más preocupante el pastoreo que los políticos intentan ejercer siempre sobre la educación, como si quisieran formar votantes en vez de ciudadanos libres. Y ese es el único valor que debemos enseñar a nuestros pequeños, el de la libertad, que tiene como único límite la de nuestros convecinos. Esa libertad que tanta urticaria provoca en la cosa pública y que es la única herramienta que permitirá que el reloj de esta nuestra vieja piel de toro eche de nuevo a andar.
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