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Un punto de convergencia

14/12/2014
 Actualizado a 11/09/2019
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Vivimos en tiempos de dictadura de los medios de comunicación. Existe lo que ellos dicen que existe y preocupa lo que a ellos preocupa; más aún, la sociedad civil espera lo que ellos esperan. Así resulta que todo, lo divino y lo humano, gira en torno a la sociedad del bienestar y a las formas de gestionarla, es decir, en torno al disfrute (que es el placer), a la posesión de los bienes materiales (el tener) y al gobierno que ejercen a las claras las fuerzas políticas y desde la penumbra quienes velan por nuestros (?) intereses económicos (el poder). Salvo las concesiones a lo morboso (espacios para el corazón y la sangre), a lo que entretiene a la vez que apasiona (los deportes) y a las noticias de curiosidades locales, todo lo demás (que es muchísimo) es ‘política’. Social, cultural y económica, o sea, lo que afecta al orden público, a la sanidad, a la educación, al trabajo...

A ello se ha añadido, desde hace meses, el ruido de la corrupción, que es económica, pero con tentáculos hacia espacios de influencias políticas y culturales, y que descubre una baja catadura moral de quienes en ella incurren... y en el conjunto de toda la sociedad. ¿Por qué, si no, el ruido mediático en torno al gesto (¡prodigioso!) del ciudadano nigeriano que, en Sevilla, entregó a la policía un maletín con abundante dinero que encontró extraviado.

Lo que es evidente es que este mundo, con esta cultura globalizada, ha perdido, en gran medida, el norte del humanismo, redimido además, que marcaron desde siglos atrás la civilización greco-romana y el aliento iluminador de la fe judeo-cristiana. De ahí ese malestar común, que a veces explota en indignación, insulto, radicalismo o violencia, y que se detecta fácilmente en las casas, en la calle, en los estadios y en las tribunas de las instituciones.

En esta coyuntura vendría bien consensuar que así no podemos seguir y que hay que aunar fuerzas e intentar avanzar, aunque sea por caminos diferentes, hacia un mismo punto de convergencia, que no puede ser otro que el de salvaguardar y apoyar al ser humano con todos sus valores y capacidades, incluidas, por supuesto, las de orden espiritual. Un aporte a esta causa común fueron las reflexiones que, hace unos días, se oyeron en la sede de la Conferencia Episcopal: «Sin conducta moral, sin honradez, sin respeto a los demás, sin servicio al bien común, sin solidaridad con los necesitados, nuestra sociedad se degrada. La calidad de una sociedad tiene que ver fundamentalmente con su calidad moral». Más claro...
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