Un premio a una parte de nuestra esencia

Tribuna de opinión de Xuasús González

Xuasús González
11/11/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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La Semana Santa lleva más de cuatro siglos enraizada en la capital leonesa. Es una muestra más de la fe de sus gentes, sí; pero forma también parte de nuestras tradiciones, de nuestra historia, de nuestra cultura. De nuestra esencia misma.

Y dentro de ese ‘todo’ que es la Semana Santa, especial atención merece la música, cuya primera referencia conocida se remonta a 1824, con la participación de la banda del Batallón de Voluntarios Realistas en la procesión del Santo Entierro que organizaba entonces la Vera+Cruz.

Durante más de 130 años, la música procesional dependerá únicamente de bandas ajenas a cofradías, fundamentalmente de corte militar –mención obligada merece la del Regimiento de Burgos nº 36–, y habrá que esperar hasta primeros de octubre de 1958 –acaban de cumplirse, por tanto, seis décadas– para asistir al nacimiento de la primera banda en el seno de una penitencial, la de Jesús Divino Obrero, cuyo ejemplo no tardarán en seguir otras cofradías.

Mucho ha evolucionado la música cofrade leonesa desde entonces: nuevos estilos –bandas de música, agrupaciones musicales–, poniendo fin al ‘monopolio’ de las cornetas y tambores; generalización de conciertos; trabajos discográficos; bandas independientes; introducción de marchas propias en los repertorios; acondicionamiento de sedes y locales de ensayo… El certamen de Santa Marina de 1993 –y la presencia en León de la banda de las Tres Caídas de Triana– supuso un verdadero punto de inflexión en nuestra música procesional, comenzando a cambiar notablemente la manera de entenderla: para el recuerdo queda ya aquello de ensayar pasadas las Navidades, montar las marchas ‘de oído’, no utilizar partituras…

Hoy son cientos los leoneses que, distribuidos en una quincena de formaciones, dedican sus esfuerzos a la música cofrade. Y, salvando determinados momentos –Santa Cecilia, Navidades, Cuaresma– en que llevan a cabo distintas actuaciones –en muchos casos con carácter solidario–, recogen los frutos de su trabajo en tan solo diez días, entre el Viernes de Dolores y el Domingo de Resurrección, pues su principal cometido no es sino poner la banda sonora a las procesiones.

Pero, más allá de ser un colectivo tan numeroso, los músicos constituyen, sin duda, uno de los sectores más ‘vivos’ en el día a día ‘semanasantero’, probablemente por la gran cantidad de horas que invierten… Ensayan prácticamente durante todo el año, luchando contra las adversidades de este clima nuestro, sacando tiempo de donde no lo hay –que les pregunten, si no, a sus familiares y amigos– y conviviendo con esa otra familia que es una banda.

Esos músicos –y, por extensión, cuantos lo han sido a lo largo de la historia–, de cuyo quehacer cotidiano difícilmente puede hacerse una idea quien nunca lo haya vivido, reciben, por fin, público reconocimiento: La Nueva Crónica ha concedido su Premio Negrilla de Oro 2018 a todas las formaciones musicales cofrades leonesas; un galardón que no surge del ámbito musical, ni siquiera del ‘semanasantero’, sino de este medio de comunicación que conoce al dedillo qué se ‘cuece’ en la sociedad leonesa. Y eso quiere decir mucho...
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