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Un poquito de consideración

04/04/2021
 Actualizado a 04/04/2021
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Si uno se atiene a los avasallamientos mediáticos, los mimos políticos o los aspavientos de los aficionados, puede que no llegue a creérselo, pero existimos (y no somos pocos) quienes no nos gusta la Semana Santa. O, sin ser maximalistas, aquellos a los que nos desagrada tal y como se celebra. Algunos no somos católicos pero no todos, y ni mucho menos tiene eso que ver. No hay que ser ateo o creyente en fe no cristiana: la conmemoración de la Semana Santa es cosa bien diferente. Somos gente que no aprecia el follón y las disciplinadas muchedumbres en las calles, que no gusta del despliegue abrumador y público de una confesión religiosa en un país de constitución aconfesional, que prefiere y entiende las manifestaciones puntuales, las ceremonias y solemnidades como excepción, pero no las que toman las calles de manera redundante una y otra vez a voluntad de ciertas asociaciones y compitiendo en ostentación durante más de una semana que convierte en invivible el espacio que nos pertenece a todos. Somos gente tranquila, en resumen, que no violenta o avasalla a los demás con la exhibición tremendista y excluyente de nuestras creencias personales. Por supuesto que tampoco nos congratulamos de la ausencia de celebraciones estos años porque ni la causa lo justificaría ni deseamos la infelicidad de nadie.

Tampoco tenemos por costumbre porfiar en el reproche que se debiera a los representantes políticos que, una y otra vez, poco importa el color ideológico, someten sus cargos a autoridad y liturgias de una de tantas religiones no oficiales, haciendo caso omiso a su obligatoria abstención de tales gestos, que deben reducirse al terreno de lo particular. Por supuesto, no somos tampoco gente que crea en las coartadas que nos muestran para justificar el atropello: ni consideramos que la tradición sea una razón suficiente, pues las tradiciones están para cambiarlas y la mayoría de hecho debería hacerlo o se han convertido en hueca cáscara del folclore para turistas, ni creemos que el beneficio económico (¿de quién?) compense molestias e inconvenientes o sea la única alternativa. Pero, insisto, somos gente que no protesta, ni entorpece, ni clama a otro cielo exigiendo la mesura de una avalancha de desfiles que, cuando éramos chiquillos, explicaban con cierta mesura biográfica una historia en la que Cristo no moría ya el primer día.

Dicho esto y sin embargo, si esa ocupación del espacio público deja de ser temporal y se convierte en permanente, si se transforma en pétreo mamotreto de un gusto nefando, si se coloca como la enésima pieza urbana de un pedestre rompecabezas compuesto de las efemérides más carpetovetónicas de la supuesta cultura local, entonces sí, entonces algunos protestamos. No erijan esa horrible escultura dedicada a la Semana Santa. Llévenla al museo del tema o a cualquier interior, pero no la planten en la calle a la vista de todos para los restos. Un poco de consideración. También para la propia Semana Santa.
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