Un poco de Educación

César Pastor Diez
29/12/2018
 Actualizado a 10/09/2019
El actual Gobierno de España tiene en cartera una nueva ley de educación. A mí me es igual que mande Fulano o que mande Mengano. Pero cambiar el sistema educativo cada tres por cuatro es volver locos a profesores y alumnos, y tal vez ahí esté la raíz del fracaso escolar y el culpable de que España se encuentre a la cola del rendimiento escolar en Europa, aunque tengamos los mejores equipos de fútbol y más trenes de alta velocidad que nadie. Y rebajar la exigencia en los rendimientos académicos es un error mayúsculo al empobrecer la educación y la cultura.

También en el sistema educativo ‘Spain is different’. En cuarenta años hemos visto establecer cuarenta leyes de educación. Hasta en este tema tienen que meter baza los políticos de turno: cambio de gobierno, cambio de ley educativa.

Veamos: para enseñar a leer y escribir, para enseñar las cuatro reglas de aritmética, para enseñar geometría, álgebra, trigonometría y matemáticas superiores, para enseñar geografía física y política, para enseñar literatura, ciencias naturales, astronomía, electrónica, y después en la universidad para enseñar medicina, ingeniería, arquitectura, bellas artes, y en fin, para enseñar a distinguir entre el bien y el mal, y a comportarse en sociedad con respeto al prójimo… ¿para todo eso se necesita el aval de los políticos, o que los propios políticos dicten lo que debe y lo que no debe enseñarse? Por favor, seamos serios. La educación debería ser como el cuarto poder de la sociedad, absolutamente libre e independiente de la política. Deberían ser los pedagogos, los psicólogos y los moralistas los encargados de dirigir y preparar a los niños y a los jóvenes para convertirlos en adultos responsables de sus decisiones futuras.

¿Por qué nuestros políticos no se preocupan sencillamente de mejorar las condiciones de vida de la sociedad y que todo ciudadano disfrute de un trabajo y de una vivienda digna, tal como predica la Constitución? ¿Por qué no se dedican a trabajar en esos objetivos primordiales en vez de meterse en terrenos que no les incumben?

Durante el primer tercio del siglo XX vinieron a España algunos de los más insignes pedagogos, mundiales para orientar a nuestro sector docente. Uno de los ejemplos más ilustres fue la italiana María Montessori, de renombre universal, que durante muchos años residió en nuestro país orientando y fundando escuelas, sobre todo en Cataluña, donde dejó una huella indeleble.

Otro ejemplo fue John Dewey, pedagogo y psicólogo norteamericano, miembro de una familia campesina del norteño estado de Vermont, en Nueva Inglaterra. Dewey se doctoró en la universidad Johns Hopkins, de Baltimore, y fue profesor en la universidad de Chicago. Después viajó por los países más avanzados del mundo en el terreno educativo. Estuvo incluso en la Unión Soviética donde se interesó especialmente por la Escuela Yasnaia Poliana, creada por León Tolstoi. Todo el fruto de sus viajes lo recogió en sus obras, sobre todo ‘Democracia y educación’ y ‘Mi credo pedagógico’, resumido en su divisa ‘Learn by doing’ (Aprender haciendo), porque Dewey no enseñaba tan sólo las asignaturas clásicas, sino también disponía de talleres para adiestrar a los alumnos en los oficios en que deberían integrarse en la vida social. Dewey es, por lo tanto, el padre de la enseñanza profesional. Precisamente ‘Dewey y el pragmatismo norteamericano’ fue el tema de mi tesis universitaria.

Otros grandes pedagogos habían ejercido alguna influencia en España. Entre ellos el suizo Heinrich Pestalozzi, padre de la pedagogía moderna, el belga Ovide Decroly, impulsor del lema «École pour la vie, par la vie» (Escuela para la vida, por la vida), Jean Piaget, Jacques Rousseau y algunos más.

Siempre habían sido pedagogos eminentes los encargados de orientar la tarea educativa en España, hasta que llegó el franquismo y después la pseudodemocracia actual cuyos epígonos se erigieron en pedagogos para catequizar y politizar las aulas con arreglo a la gobernante ideología de turno.

Desde la perspectiva de mis noventa años, recuerdo aquel adagio: «pasa más hambre que un maestro de escuela». Aquellos maestros y maestras de la preguerra y de la posguerra se desvivían por transmitir un poco de su saber a las mentes de sus alumnos. Casi todos ellos, acabada su jornada de trabajo, acudían a las casas de sus pupilos para darles clases particulares o atendían las clases nocturnas de alfabetización de adultos para ganar un poco más de dinero a fin de poder ir viviendo. Afortunadamente en el ámbito rural los campesinos padres de los alumnos solían obsequiar a los maestros con verduras, frutas y otros productos del campo e incluso carretadas de leña para las estufas en invierno. En aquel tiempo había libros de lectura, como ‘España, mi patria’, de Dalmau Carles, año 1934, y ‘La escuela y la patria’, Ed. Santiago Rodríguez, de los años 40. En las aulas había un completo silencio, y el griterío propio de los niños se liberaba a la hora del patio. En fin, los maestros eran respetados y queridos.

Ya no hay maestros. Ahora son profesores de primaria, de secundaria, de instituto, de universidad o de enseñanza profesional. Las condiciones de trabajo han mejorado notablemente con la introducción de ordenadores, calefacción, zonas deportivas, piscinas, visitas a museos, etc. Pero la mayoría de los enseñantes viven traumatizados, acomplejados, amargados, a veces agredidos físicamente y siempre temerosos de que estallen movimientos violentos en las aulas.

En la época de la Segunda República aún existía la asignatura de urbanidad, que enseñaba a los niños a comportarse educadamente con la familia, con los maestros y en su trato con las personas mayores. Esta asignatura la eliminaron los progresistas por considerarla meliflua y ñoña. Pero se puede ser progresista sin abdicar del respeto en las aulas y en todos los ámbitos de la vida social. Cuanto más progresista y cuanto más demócrata, más han de hacerse cumplir las leyes y las normas para que nadie las pise y para que las relaciones entre las personas no sean una olla de grillos y una casa de locos como está ocurriendo ahora en ciertas zonas de nuestro país.
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