Un placer impagable

José Ignacio García analiza el libro 'Perros mirando al cielo', una novela obra de Eugenio Fuentes y editada por Tusquets

José Ignacio García
12/02/2022
 Actualizado a 12/02/2022
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‘Perros mirando al cielo’
Eugenio Fuentes
Tusquets Editores
Novela
384 páginas
19,50 euros


Vaya por delante una confesión. Al redactar estas líneas me siento como el pariente postizo que llega tarde a la biografía de una familia, como ese novio recién presentado que tiene que ponerse al día con los allegados de su nueva pareja, desentrañar sus hábitos, desvelar las anécdotas recurrentes tantas veces manifestadas por los más locuaces, intuir las costumbres o las manías que hacen peculiar a cada cual… Y todo para no incurrir en deslices inapropiados y evitables a poco que uno conociera la trayectoria de esa saga que lo acaba de acoger, y en cuyo álbum de fotos figurará en lo sucesivo.

Viene esto a colación de que había oído hablar muchas veces del protagonista de la novela que hoy nos ocupa, pero hasta ahora no había coincidido con él, no había compartido uno de sus casos, no conocía sus técnicas indagadoras, sus aficiones cotidianas. Por eso, tal vez incurra a lo largo de los párrafos venideros en alguna incongruencia que arranque la risa de la legión de seguidores rendidos al sabueso olfato de Ricardo Cupido, el investigador privado creado por Eugenio Fuentes. Por eso, pido perdón de antemano si tal patinazo se produjera, y advierto de que voy a plantear esta reseña como si me encontrase ante un novelista al que acabo de conocer (en realidad, es así), sin tener en cuenta las numerosas y aclamadas novelas precedentes o los crímenes resueltos con una inteligencia deslumbrante por su protagonista.

Para empezar, advertiré que si he decidido reseñar esta vez una novela de género es por una razón fundamental: ‘Perros mirando al cielo’ es una obra magníficamente escrita, que con frecuencia se aleja de los tópicos y artificios de la novela negra. Y eso la hace eminentemente atractiva desde los primeros pasajes. Su primer capítulo es realmente impactante. En ese episodio inicial, Fuentes desliza varios de los ingredientes que volverá a emplear después, revistiendo con ellos a casi todos sus personajes: la sensibilidad, el amor, la esperanza, los planes de futuro, un erotismo pasional y elegante a la vez, la emoción, la empatía con quienes protagonizan esas páginas, la ampulosidad descriptiva, la visión crítica de la actualidad, la ambientación en un espacio rural de la España menos habitada, la sorpresa, el dramatismo o un lenguaje conmovedor, como cuando nos habla de ruedas que se agarran al asfalto sollozando, o más adelante cataloga al viejo diciembre como un mes de frío honrado y cansancio en los huesos o retrata camillas que emiten ruidos ferroviarios de ruedas y engranajes o convierte a la venganza en una mascota.

Porque, en parte, ‘Perros mirando al cielo’ va de eso, de una venganza, pero también nos habla de la casualidad y de la causalidad, y de la fatalidad que aqueja a quienes enmascaran su identidad en el momento y el lugar equivocados.

Obviamente, no voy a ofrecer más pistas sobre la trama de la novela, y mucho menos sobre su desenlace; pero sí avanzaré que, como sucede en el primer capítulo, nadie puede prever lo que se oculta tras cada curva, tras cada recodo de este entramado literario, de este nudo gordiano que Cupido desenredará con más sutileza que la empleada por el magno conquistador macedonio con el atadillo original. Eso sí, que nadie pase por alto los detalles menos rutilantes, las secuencias más triviales, el lugar que en cada momento ocupan las personas o los objetos. Cuando Fuentes deshaga el nudo, atando todos los cabos sueltos, entenderán (si no lo han hecho antes) de qué les estoy hablando.

Por inesperados o desconocidos, me han llamado poderosamente la atención numerosos aspectos. Ricardo Cupido no es un detective pomposo ni pretencioso. Carece de esa aura de invulnerabilidad que conceden un uniforme, una placa o un arma de fuego; y sustituye la ausencia de esas credenciales con una capacidad deductiva y de observación sobresalientes. Pero además no es un endiosado gendarme omnisciente ni un fiscal que ponga a cada cual en su sitio. Porque, como le dice Senda, su pareja, en una confidencia previa a un momento de intimidad, lo que más le gusta de su manera de trabajar es cómo, desempeñando un oficio duro, sabe tratar a los que sufren.

Y esa es otra de las principales cualidades de la novela. Eugenio Fuentes no pone a nadie a los pies de los caballos, no presenta a los presuntos culpables como seres despreciables, a los que hay que odiar o estigmatizar antes de que sean juzgados. Y así, el autor consigue que se establezca una relación cercana entre el lector y los personajes, al margen de que sean víctimas o verdugos, vencedores o vencidos; porque los que pierden siempre airean un cierto halo de dignidad y los que resultan ganadores no pueden enarbolar con eufórica alegría una bandera triunfal.

Hay actores que cautivan más que otros, claro está, pero no es esa extraña fascinación que los lectores sienten por los tipos canallas o por las damiselas beatíficas. Es más bien esa sensación de que, tras los disfraces más vulnerables o más acorazados, siempre se oculta otra personalidad adoquinada de secretos que precisan la misericordia ajena.

Al margen de la parcela humana, llama también la atención lo reivindicativo en lo social y en lo geográfico. Y en especial el relato certero, desde una mirada maquillada de ficción, de cómo sacudió la primera ola del covid, de sus consecuencias, del desconocimiento a la hora de afrontar la enfermedad, de la desesperación de los médicos y el injusto trato recibido por las numerosas víctimas ancianas que, mereciendo el reconocimiento heroico de haber resucitado en el siglo pasado un país agonizante, murieron hace unos meses en medio de la soledad y el anonimato. Y así, sin homenajes, fallecen también en la novela personas que quizás no merecieran morir. Y menos de la forma en que lo hacen.

Pero todo eso, y mucho más, deberán descubrirlo en estas casi cuatrocientas páginas, tintadas de suspense y de delicadeza, tanto la legión de fieles que desde siempre veneran a Cupido, como los que han recibido por primera vez –y perdón por el chiste fácil– su flechazo. Para unos y para otros, como le ocurre a la enfermera que cree ayudar a desvelar el enigma, el placer de leer una buena historia como ‘Perros mirando al cielo’ será impagable.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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