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Un pequeño ser humano

03/06/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Hoy es el Día del Corpus Christi. Una fiesta con mucha fuerza, que tiene detrás la fe de una Iglesia que saltó como un resorte en los siglos XII y XIII, cuando un tal Berengario de Tours se atrevió a negar la presencia real de Cristo en las especies eucarísticas de pan y de vino. La fe del pueblo entendió que el problema no era una cuestión de formalismos o de nombres, sino un asunto de hondo calado: El Amor de Dios, en Jesucristo, que se hace presencia, sacrificio y alimento.

Dicho de otra manera, la Eucaristía, la Santa Misa, es el centro y la cumbre de la vida cristiana, es fuente de la evangelización, es «el alma de todo apostolado». En ella se contiene «todo el bien espiritual de la Iglesia» y a la vez se significa y realiza la unidad de la misma; dicho sea con lenguaje más teológico, la ‘comunión’, que es donde está el origen de que ese sustantivo acabe por aplicarse al hecho físico (y espiritual) de recibir el pan y el vino consagrados, o sea, «recibir la comunión». Nótese que sin lo primero (la voluntad de unidad, hecha fraternidad, afecto, encuentro), lo segundo es un rito vacío.

Con todo lo dicho, se percibirá mejor por qué en esta fecha se celebra el Día de Caridad, o sea, del amor en su dimensión horizontal. Este contenido lo encarna de manera perfecta la organización de Cáritas. Resulta que esta es mucho más que una ONG; es el brazo largo de todos los católicos (también en el ámbito diocesano) para, no sólo acudir a cubrir necesidades primarias de personas y familias. Quedarse en esto (muy importante, sin duda, en estos tiempos de pobrezas estructurales, desigualdades, precariedad y riesgos de exclusión) es reducir su misión. El lema del día es como un eje del que parten las líneas expansivas que conducen a implicarse en la transformación de las cosas temporales según el plan de Dios. «Tu compromiso mejora el mundo». Desde luego, en la erradicación o disminución de la pobreza, pero también en la promoción de los verdaderos valores humanos (justicia, libertad, desarrollo, solidaridad…) y también, aunque en ocasiones no sea muy bien recibido porque pone al descubierto nuestros excesos, perezas y egoísmo, la denuncia de los abusos y vacíos que afectan a la fraternidad y que necesitan ser desenmascarados a tiempo y ante quien sea.

Que nadie se sienta fuera de estos compromisos. Siempre cabe hacer caso al adagio italiano, que debe ser un acicate en nosotros: «Cuando un pequeño ser humano, en un pequeño lugar del mundo, realiza una pequeña obra buena, el mundo está cambiando».
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