Angel Suárez 2024

Un pan con unas tortas

05/11/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Acaba de arrancar el curso universitario y empiezan a publicarse los tradicionales datos de matriculación. Nuestra Universidad mantiene sus más de 12.000 estudiantes y más o menos el mismo número de titulaciones de nuevo ingreso de los últimos años, alrededor de 2.000, pero casi 300 plazas han quedado libres y 19 de 38 titulaciones de grado no han completado su oferta. Para la institución no son buenos datos, y culpa de ello al descenso de población joven que padecemos y al elevado importe de las tasas.

La Universidad, a juzgar por lo que me cuentan y por lo que de vez en cuando leo en los periódicos, sigue aquejada de algunos de los males que ya eran tradicionales cuando salí de ella, pero ha incorporado algunos nuevos.

Entre los clásicos se encuentra el controvertido sistema de elección del profesorado y su inextinguible endogamia, que el catedrático de Derecho Penal José Luis Díez Ripollés calificaba de corrupción en un artículo publicado recientemente en el diario El País.

También siguen vigentes los defectos derivados del principio de autonomía universitaria, pensado para proteger la libertad de cátedra, pero reconfigurado para que tres gremios que actúan en pro de sus intereses de grupo, el de los profesores, el de los estudiantes y el del personal de administración y servicios, autogestionen mediante procesos internos de elección de cargos una institución que apenas se autofinancia y que depende de nuestros impuestos en más de un de un 80 %.

Males más recientes son la escasísima formación de base con la que los alumnos acceden a la Universidad, víctimas de un sistema que separa la educación primaria y secundaria de la filosofía del esfuerzo. Y el carácter empresarial que, cada vez más, pretende otorgarse a la Universidad como centro de producción marcadamente utilitarista. Ya a mediados del siglo XIX advirtió John Henry Newman esta tendencia, y criticó a quienes pensaban que la educación debía limitarse a un fin particular y concreto y desembocar en un resultado que se pudiera pesar y medir. Frente a ellos, reivindicaba itinerarios formativos sin tantas ataduras y limitaciones profesionalizadoras.

En la Universidad de hoy, tan orientada a una educación utilitarista y productiva, la reivindicación del saber en sí desligado de un fin directo, que propugnaba Newman suena a anatema, pero resulta que más de un 44 % de los graduados universitarios de Castilla y León acaba trabajando en ocupaciones para las que no se necesitan estudios universitarios. Un pan con unas tortas.
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