03/05/2022
 Actualizado a 03/05/2022
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Allá por el tiempo de los inicios de la humanidad hubo un lugar que se caracterizaba por su diversidad en todos los órdenes, tanto en la climatología, como en el paisaje, las formas de vida y sus costumbres, las lenguas que se hablaban, los festejos que realizaban y los enfrentamientos que tenían.

Se debió extender el rumor de que ese territorio fértil, rico en materias de todo tipo, agricultura, ganadería, agua y sol esplendoroso, tenía una peculiaridad que era su diversidad, poca unión y frágil defensa de sus territorios y fácil acceso por la costa, de manera que ya desde tiempos inmemoriales fue invadido, explotado y, aveces, asolado por otros pueblos que se beneficiaban de sus riquezas.

En ciertos momentos, algún pueblo de aquellos despuntó y aportó a la posteridad todo lo que su ingenio, que era mucho, pudo conseguir como así se demuestra por las continuas muestras arqueológicas que se encontraron y se han conservado pese a los inconvenientes que se encuentran los abnegados arqueólogos actuales y la necedad de los gobernantes.

Es lugar sufrió colonizaciones, invasiones, conquistas por imperios que depositaron en él todas sus esperanzas, incluso constituyó parte de alguno y aportó riquezas, territorio, además de varios emperadores y hombres relevantes de la cultura.

Cuando llegó el caos imperial, el entramado que quedó de aquello y las ingentes obras de ingeniería fue aprovechado por los que les siguieron en detentar el poder, aunque al final demostraron que su falta de unidad y traición a los propios, constituyeron el detonante de entregar ese pedazo de hermosa tierra a los que estaban constituyendo el imperio de los creyentes de Alá.

También en este caso se declaró la falta de unidad y las banderías tan características del pueblo musulmán dejaron una huella endeleble en el territorio que nos ocupa, aunque al comienzo de esta invasión que demostró la debilidad de las instituciones aportadas por los que vivían en él, y su afán de acumular riquezas y poderío sin importarles para nada el bien superior, como era demostrar que había algo más que el bienestar personal en forma de disfrute de tierras y del boato de la Corte de turno.

Por eso el castillo de naipes y apariencias se vino abajo y unos pocos, sólo, desde unos montes norteños, comenzaron a reconquistar el territorio aunando sentimientos, fuerzas y pertrechos para así deshacer el poderío de unos invasores que deseaban hundir en el fango las creencias de los que estaban asentados. Los nuevos inquilinos se mantuvieron unidos bajo los designios del califa omeya disidente de Damasco que unificó sus huestes peninsulares en una sola unidad califal, consiguiendo que Córdoba fuera un foco de cultura y poder en el mundo de aquella época.

Aquellos fornidos, esforzados y valientes luchadores del Norte tuvieron que salvar los enfrentamientos entre los Reyes para llegar a la conclusión de que la forma de conseguir metas exitosas era unirse todos en una única empresa, aunque hubiera algún privilegio que otro para alguno de aquellos nobles habituados a los impuestos ya en aquella época.

Todo salió estupendamente después de jornadas de esfuerzos y batallas, de dineros sin cuento, de muertos como siempre, pero se impuso la cordura general y el territorio unido, después de la expulsión de lo musulmanes, consiguió ser uno de los imperios más importantes de la historia.

Mas, todo lo que se realiza sin baseen la educación y el apoyo del pueblo tiene los días contados y se vino al traste porque aquel espíritu de desunión, libre ejercicio de la sinrazón, egoísmo, luchas intestinas, soberbia, envidia y traición, se fue apoderando de la población y de sus dirigentes, más entusiasmados por los bailes de salón, las fiestas, el gasto derrochador, los malos gestores y la falta de amor por los valores esenciales de esa nación que se había forjado con el esfuerzo de todos.

Tal despropósito tenía que desembocar, primero en alzamientos de armas focalizados, revueltas, intrusión de partidos políticos poco amantes de su territorio y un largo catálogo de incidentes que abocaron en una guerra entre hermanos, con resultados verdaderamente desastrosos.

Realmente todo el mundo quería la paz y la concordia. Durante unos años reinó la calma bajo la forma de un gobierno autocrático hasta que desapareció el dirigente máximo.

Unos y otros, decidieron arreglar los enfrentamientos y consiguieron sellar una paz constitucional que duró un tiempo interesante hasta que las nuevas generaciones y las ambiciones de aquellos que siempre anteponen el poder a la patria originan la desunión, el enfrentamiento, la descalificación y la ruina.

Y en esas estamos nuevamente. La película podría titularse ‘Volver a empezar’ o ‘La Razón de la sin razón’, algo insólito en un mundo en que la unidad de criterio al margen de las tendencias políticas que es sano que las haya, divergen porque el momio de las subvención bañan los dineros de una sociedad ahogada por la incultura, la falta de coherencia en la educación, el derroche del dinero de los impuestos, el escaso control de la inversión, lo que da origen a la defraudación y la corrupción, abocando todo ello al retraso en tomar el tren de la modernidad, definitivamente.

Esa zona del globo terrestre es un paraíso, es un jardín del Edén, si sus habitantes se pusieran a remar definitivamente todos en la misma dirección, dejaran el lenguaje inclusivo a un lado, afrontaran los problemas de relaciones humanas de diferente forma, cuidaran más las relaciones personales, hicieran de la verdad un monumento, colocaran la educación en el pedestal que corresponde, tuvieran más sensibilidad con los valores humanos y dejaranlas luchas partidarias a un lado para centrarse en el desarrollo de su tierra que es la que importa.

Por cierto. ¿Saben a qué tierras y país me refiero desde el comienzo? ¿Sí? ¡Pues a ése, sí, precisamente ése!
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