01/06/2015
 Actualizado a 19/09/2019
Guardar
Los resultados electorales de hace una semana han cambiado el lenguaje de la política en casi toda España. Al menos, el lenguaje. Hemos recuperado viejas palabras. Viejas frases que parecían material pirotécnico para los días de campaña, pero que ahora se asientan, como hojas nuevas que aterrizan sobre el asfalto. Hemos recuperado el lenguaje que creíamos perdido. Y entre toda esa masa de palabras, tras tanto silencio, Madrid sigue siendo un rompeolas y la playa está en la Puerta del Sol. Lo que algunos han llamado un tsunami ha sido en realidad un oleaje progresivo, un despertar de ondas concéntricas que nacen en ese ómphalos madrileño. Las viejas frases de hierro de la economía patrocinada por Europa se oxidarán bajo la lluvia. Una lluvia negra que hemos visto crecer sobre los parterres de la miseria. Algo tiene de final del invierno. Una semana después de las elecciones, el silencio gélido de la macroeconomía, que tarda mucho en fijarse en los cajeros automáticos ocupados por indigentes, comienza a ser sustituido por miles de palabras nuevas. Nunca se habló tanto en todas partes. Las televisiones han sacado partido de la nueva movida madrileña, donde Aguirre se ha convertido en la reina favorita de todos los sketches. Pocas cosas hay más saludables para la democracia que el lenguaje libre, la parodia, la caricatura, el humor. Es síntoma de la libertad guiando al pueblo. De pronto, algunos han advertido que las viejas frases no funcionan. Ese lenguaje de cartón piedra de los argumentarios, las advertencias infantiles, la agitación del miedo, no sirven para explicar el mapa del dolor. Queda ridículo y, como le ha pasado a Aguirre, se convierte en el material favorito de los cómicos. Nos hemos desnudado de la vieja semántica, nos hemos liberado del férreo corsé de las verdades que supuestamente debemos creer. Madrid, ya digo, tiene la oportunidad de alcanzar al fin una modernidad del siglo XXI. El lenguaje es siempre un síntoma. Como si asistiéramos a un deshielo, las frases renovadas van iluminando el territorio. Puede que sea un lenguaje inocente, sin herrumbrosas lanzas. Puede que sea un lenguaje utópico, idealista, poético quizás, un lenguaje que parecía definitivamente congelado, pero no puede ser peor que relajarse tan solo con el sonido de las calculadoras. Mejor que suene la música de las palabras olvidadas. Los vocablos que ayer se usaban para frenar a los aventureros, para anunciar catástrofes y desastres sin número, soy hoy las guías del nuevo diccionario. Ahí está le gente sin nombre, en la última playa de la primavera, pidiendo la voz y la palabra.
Lo más leído