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Un invierno verdadero

26/12/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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Recién comenzado este invierno de pacotilla, con estampas ridículas de gente ‘terraceando’ (en el peor sentido de esta acepción inventada por pijos) con 16 o 17 grados, bienvenidos al norte de mis narices, me vienen a la memoria esos relatos de abuelos sobre lo que era esta estación en los pueblos, y que aún se puede sentir en los parajes leoneses cercanos a la falda del monte Tilenus y su pequeña sierra (al menos en cuanto al clima). Claro, cualquiera que lea esto desde la montaña leonesa, al norte de la provincia, lo que cuento le parecerá un chiste. No así en las zonas cantábricas, que todavía lo están flipando, incluso en el sur de León, donde el que suscribe lleva un mes cogiendo el coche a las 7:30 de la mañana con cinco o seis grados. Olé ahí. Ni una triste heladita para derrapar un poco por la maltrecha N-VI (otro asunto que abordaré no tardando mucho).

Según los pronósticos este invierno será menos frio, con más lluvia y menos nevadas de lo normal. Que no salimos del otoño ni a tiros vamos. Aquí, por el sur leonés al menos, el ‘winter is coming’ me parece que no. Por eso este escrito/recuerdo de otros tiempos y otras gentes, añorando una vez más que (casi) cualquier tiempo pasado fue mejor. Cuentan los viejos maragatos sus avatares durante aquellos siete meses de invierno donde sus pueblos permanecían cerrados al menos dos de ellos.

Aquellas despensas con la matanza a punto dieron pie a alguna de las mejores anécdotas que pude escuchar. Contaba el ‘ti’ Ramiro hace años, pocos antes de morir, que muchos otros atrás cayó en Santiago Millas una nevada como pocas habían padecido. Tal fue la proporción de la misma que cubrió la mayoría de las puertas maragatas. Las viviendas eran sepulturas cubiertas de blanco tinte donde nadie entraba y nadie salía. El pueblo, incomunicado, como muchas otras veces, lo estaba esta vez también entre sus propios vecinos, que solo pudieron tirar de imaginación para resolver el problema.

El bueno de Ramiro, que por aquel entonces lucía fuerte figura, y aún era joven para arrastrar un buey si hacía falta, consiguió quitar una de las puertas de entrada a la casa, encontrándose con la blanca tapia de la nieve. Acertó a pensar que quizás podía, si no despejar el sólido elemento, al menos sí parte de él. Y estando tan apelmazado y con semejante espesor quizás fuera mejor sacar de abajo hacia arriba que al revés, técnicamente imposible por otra parte.

El caso es que comenzó el ‘ti’ con la maniobra hasta que cayó en la cuenta de que la nieve aguantaba por arriba, donde al menos había otros dos metros. Cual suburbano, Ramiro trazó un túnel hasta la casa de José guiándose tan solo de su instinto. A escasos 25 metros de la suya cruzando una pequeña plaza. Imaginen la cara del viejo arriero cuando alguien tocó a su puerta. Cosa de meigas debió pensar este hijo de gallegos emigrados. Ramiro, a cuatro patas, entró por el túnel a la casa del vecino, quien oportuno había instalado una gatera un año antes. Visto el éxito, el buen maragato trazó otro túnel hasta la casa de Manuela, y de ahí al caserón de Venancio. Una red que ya la quisiera el metro de Londres. La historia, que aún duró más de un mes, sirvió para que Ramiro pudiera atender a sus vecinos, todos mayores y con mucha menos movilidad.

El problema llegó el día que llevando un paquete de embutido y algunas compresas para la fiebre de la señora Victoria se desgarró una pierna con el saliente de una piedra. Hasta el hueso se le veía. Tirado, en medio del túnel de marfil, Ramiro vio las de Caín antes de encomendarse a todos los santos. Nadie podía llegar hasta él. Hasta que desde la casa de Venancio soltaron a Tirso, que era un carea leonés con tres patas y bastantes malas pulgas. El chucho, flaco y lisiado, enseñó colmillos antes de agarrar al maragato por el gabán, y con muy mala leche empezar a arrastrarlo. Entre uno y otro consiguieron llegar a la casa. Ramiro salvó la vida pero no la pierna, que por falta de medios, tuvo que ser finalmente amputada. Un héroe para un pueblo que sobrevivió a aquella nevadona gracias a sus arrestos. Un perro con tres patas y un hombre con una de ellas de madera.

Eso sí era un invierno con un par. Así que cuando salgan a la calle y tras golpear con la cara la brisa del atardecer digan aquello de...: «vaya invierno que estamos teniendo»; piensen en Ramiro, y en Tirso, el perro. Verán que el frío y el invierno no es tan jodido como creen.
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