12/07/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Conducía un servidor el pasado jueves la humilde furgoneta heredada de mi padre por la avenida del Castillo, en Ponferrada, un poco más allá del albergue de peregrinos, dirección Molinaseca. Una ambulancia ocupaba el carril derecho y por ello, previa señalización con el intermitente, me dispongo a hacer el adelantamiento. Pero hete aquí que, mientras adelantaba, otro coche se dispone a adelantar mi vehículo, muy despacito, porque apenas quedaba espacio por mi izquierda. Era un impresionante Audi de color negro que bien pudiera parecer que iba ocupado por algún alto cargo, aunque se supone que los altos cargos tienen un poco más de paciencia y educación.

Una vez me hubo adelantado, detuvo el vehículo, interrumpiéndome el paso. En principio pensé que se bajaría para hacerme algún saludo no precisamente cariñoso, o tal vez para decirme eso de «no sabe usted con quién está hablando». Lo único que hizo fue bajar la ventanilla y llamarme varias veces «idiota». No sabía yo que los conductores tenían derecho a insultar. En realidad no me di por aludido sino que inmediatamente comprendí que estaba proyectando en mi humilde persona su propia definición.

Lejos de mí criticar a quienes tienen coches de alta gama, pero ya sabemos que hay algunas personas que se escudan en la compra de un coche caro para compensar sus carencias o complejos. Ya que no pueden presumir de otras cualidades piensan que, al menos de cara a la galería, pueden aparentar lo que no son. Personalmente ese problema nunca lo he tenido y, además, me llena de satisfacción saber que la furgoneta ya está pagada y que me hace mucho servicio, aparte del valor sentimental. Es posible que el mencionado coche de lujo también esté pagado, aunque quién sabe si aún le faltarán muchas letras por pagar. En todo caso la impresión que saqué es que el tío del Audi era, además de chulo y mal educado, un pobre hombre y, por supuesto, lo mismo que me llamó a mí: un idiota. No sé si llegará a leer estas palabras, que no están escritas con rencor alguno, sino para que sirvan de advertencia a todos aquellos que van por la vida creyéndose superiores a los demás para que se comporten un poco más cívicamente. Pero, además, quiero que sepa que le estoy muy agradecido, pues gracias a él hoy los lectores no se van aburrir una vez más leyendo cosas de política. Aunque, para terminar, se me ocurre una pregunta: ¿Imaginan ustedes lo que sería tener como gobernante a un político con las características de este impaciente y grosero conductor?
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