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Un hombre echando sal sobre la nieve

22/01/2021
 Actualizado a 22/01/2021
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No voy a contaros qué ha sucedido esta semana en Madrid porque lo habéis podido seguir minuto a minuto por el Telediario (ya sabemos que lo que sucede en Madrid es de interés nacional; lo que sucede fuera, de interés local). Voy a contaros lo que no habéis visto.

He visto gente que salía asombrada a la calle mirando al cielo como si contemplaran el advenimiento del Mesías. Gente con botas de montaña y trajes de esquí. Gente esquiando, gente con trineos. He visto el bar de la esquina abierto todo el sábado y todo el domingo. Como está al final de una cuesta muy pronunciada, los chavales se deslizaban en trineo calle abajo hasta la puerta. Allí había cubos de metal enterrados en la nieve llenos de botellas de cerveza. La música puesta a todo volumen. He visto mi coche aparcado a un kilómetro de casa porque fui incapaz de llegar hasta la cochera. Me he visto a mí misma atando la escoba y la fregona con cinta de embalar y construyendo una herramienta para alcanzar el tejado desde mi ventana y deshacer a golpes el sombrero de medio metro de nieve que amenazaba con derrumbarse y llevarse por delante mi aire acondicionado. He visto a niños, jóvenes, adultos, hacer muñecos de nieve a todas horas y en todas partes. Los gitanos del Rastro formaron una bola en la plaza de Cascorro y tardaron un día entero en bajarla por la cuesta de Ribera de Curtidores hasta que se convirtió en una especie de alud gigantesco. He visto coches atascados. Coches patinando. Coches estampándose contra farolas. He visto autobuses varados como ballenas en una playa. He visto montañas de basura por doquier. He visto un colchón calcinado por los vagabundos para calentarse. He visto al Samur recogiendo a gente que acababa de patinar, caerse y romperse algo delante de mí. He visto árboles tronchados por todas partes, parques cerrados.

Pero de todas las imágenes que he visto me quedo con una: un hombre mayor y tembloroso echaba sal a puñados en un paso de peatones con el mismo gesto que si le echara grano a las gallinas. Cruzaba la calzada tanteando el hielo con sus madreñas. Y por un momento me imaginé a ese mismo hombre sesenta años atrás, en madreñas, echándole grano a las gallinas, un metro de nieve cubriendo las callejuelas de su aldea en la montaña, y pensando, ¿merecerá la pena marchar a Madrid, dejar todo esto detrás? Me lo imaginé envolviendo las madreñas en papel de periódico y guardándolas en el fondo de un armario como un recuerdo de un pasado que no iba a volver. Y me quedaron ganas de preguntarle: entonces, ¿mereció la pena?
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