Un hombre bueno

Era sencillamente un hombre bueno. No conozco su historia, más allá de que con él compartí algunos pocos días cada año durante las dos últimas décadas. A finales del siglo pasado llegamos a Sajambre cuatro profesores que queríamos, porque así lo entendíamos como fundamental, trasladar las aulas universitarias a uno de los territorios ambientalmente más sobresalientes de nuestra provincia como son los Picos de Europa (¡cuán poco los valoramos!). No es fácil llegar a un pueblo de la montaña leonesa y encontrar fácil acomodo, pero el caso es que en esta ocasión todo fue bien. Las autoridades locales nos apoyaron desde el primer momento, y aun hoy siguen haciéndolo de mano de su alcalde Toño, a quién nunca se lo agradeceremos lo suficiente. Desde el primer día en que llegamos allí con nuestros alumnos apareció él, AURELIO, y se convirtió en el alma máter de todos los cursos (ya más de 50) que llevamos haciendo desde entonces. Él estaba esperándonos (y si faltaba siempre contábamos con la ayuda de su esposa, hoy ya apenada viuda, y si no con su hijo Ángel). Aurelio estaba para todo, pero especialmente estaba para mezclarse con el alumnado, joven, muy joven, él que pasaba ya de largo la edad de ser abuelo. Con todos hablaba y a todos intentaba trasmitirles, como sin querer, sus conocimientos del territorio, sin darle importancia a lo mucho que conocía, pero también era como una esponja a la hora de impregnarse de todo lo que los chicos le contaban. Para todos tenía una palabra y un aliento de ánimo. Nunca le vi un mal gesto, ni siquiera cuando quizás lo hubiéramos merecido. Cuando ya su llama se iba apagando aún tenía el ansia de acudir a saludar y dar la bienvenida a todos a su valle y ponerse, como siempre, a nuestra entera disposición. Ayer se ha ido para siempre, aunque su recuerdo impregnará cada una de las peñas y de los bosques de su querido Sajambre, al que aprendió a amar porque le gustaba viajar y conocer otros sitios para así darse cuenta de que él vivía ya en el paraíso.