Un gran tipo debajo de los abalorios

Por Fulgencio Fernández

19/02/2020
 Actualizado a 20/02/2020
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En cualquier sarao cultural, de cualquier tipo y durante muchos años, aparecía siempre Miguel Escanciano. Caminando rápido y con cara de felicidad. Arreglado pero informal, provocador en tiempos, con un pañuelo al cuello, con una idea en la boca y una sonrisa.... No se la pudo borrar nadie. Ni el frío de León que a veces fue hielo para él, ni las incomprensiones para otras formas de vivir, ni los olvidos, ni las apropiaciones indebidas de su trabajo, nada. Su respuesta era que “a León le debo todo… también algunas ostias”, concedía como mucho, pero con una sonrisa.

Él paseaba sus banderas de abril por las calles de su León natal y vital. Pocas cosas había más divertidas que una larga charla con él, mejor de noche, cuando lograbas que abriera el baúl de los recuerdos y fuera soltando una tras otra vivencias de 50 años de cultura, de vida y de estar siempre ahí; en la poesía, en la pintura, en la música, en la provocación silenciosa o en el teatro aquel experimental y de protesta.

He citado el baúl de los recuerdos pues Miguel Escanciano tenía en sus monólogos en conversación que definía a este León y a aquel otro León recordado con nostalgia de las últimas décadas del pasado siglo: “No tenemos solución…. Todas las revoluciones empiezan con un cubata y acaban en un karaoke cantando a Karina”.

Y siempre estaba Miguel Escanciano, vaya por delante, un gran tipo debajo de los abalorios.

Estaba allí cuando los poetas de su generación (Julio Llamazares, José Carlón, Mercedes Castro, Ildefonso Rodríguez…) se embarcaron en aquella aventura de cambiar el mundo desde el Barrio Húmedo y con la poesía, le llamaron Barro o Cuadernos Leoneses de Poesía. "Una aventura juvenil", sentenciaba Escanciano, para añadir a renglón seguido una reivindicación, "pero que nos permitió entroncar, conocer y hablar con quienes nos precedieron con otras aventuras similares en otros tiempos, de Eugenio de Nora a los claraboyos", Miguel Escanciano no solo vivió todo lo que le tocó en su tiempo, también bebió de todas las fuentes de aquí y allá (sentía debilidad por Gil Albert), eran buenas sus previsiones sobre la poesía que viene. Y todo ese poso estaba en su poesía, aquella que le premiaron en los años 80 y publicó en 2018, cosas de Miguel, sin un reproche hacia décadas de olvido.

En los saraos musicales sí que no faltaba Miguel Escanciano. Su nombre está escrito en la música de León en solitario y al lado de muchos grandes. Es muy difícil escribir el himno de una generación y Miguel Escanciano lo hizo, le llamó Banderas de abril, uno de sus trabajos más conocidos y celebrados; tan grande que estuvo por encima de las miserias de si esta canción se entonaba cada año en la fiesta de Villalar o no, tanto que Escanciano fue capaz de trabajar en la concejalía de Cultura Leonesa con el inefable Abel Pardo. “Gigantes a mí”, reconocía cuando se venía arriba.

Pero al margen de sus banderas había historias que llevaba con mucho orgullo. Una por encima de todas, tal vez me lo decía por ser amor compartido, haber estado en el escenario con José Antonio Labordeta; también con José Afonso, pues el fado y lo portugués le tiraba mucho; con Claudina y Alberto Gambino, la canción protesta que llegaba desde Argentina, y otros muchos con los que compartió escenarios en aquellos años de festivales de todo tipo, de amistades sin fronteras.

Pero, sobre todo, hizo de todo en León. Hay una frase de Jesús El Beatle que define a Miguel Escanciano, hablando del grupo La Patrulla, que había fundado el propio Beatle: “Miguel Escanciano en un gesto que le honra, prestó ayuda con la voz a aquellos muchachos…”. Gestos que le honran sobran en la biografía de Miguel Escanciano, que saltaba de un género a otro sin solución de continuidad, siempre se podía esperar una sorpresa de Escanciano, y de las banderas de abril’ saltaba al tango arrastrao y arrabalero o irrumpía con aquel inclasificable Miguel Escanciano y Los Plati’s o Miguel Escanciano y Los Secuaces, todo era posible en el escenario. “El rock empezaba a ser monocultivo en la escena musical y había que abrir ventanas”. Él era muy de abrir ventanas, tanto que en sus colaboraciones musicales viajó de Mercedes Carlón a Luis Quiroga, Toño Cardiaco, Kike Cardiaco, Miguel Manero, Elicio del Barrio, el pianista Fernando Ballarín, el chelista Pelayo Tahoces…

Para que nada le fuera ajeno también transitó por el mundo del teatro, un sainete era escucharle como colaron su filosofía teatral escondida detrás de unas siglas, del grupo que fundaron: Grutelipo. “Vaya nombre, os lo desgrano: Grupo de teatro libre y popular”. Quizás sea bueno recordar en este momento que su primera iniciativa musical se llamó Chusma.

No se puede olvidar su faceta plástica. Pintor, un buen ilustrador, tenía una forma propia de hacer y un colorido que era la mejor definición de su forma de estar en el mundo, colorista y cercana, con una sonrisa.

Y con una sonrisa se fue pues también fue ejemplar su forma de llevar la larga enfermedad, sin reproches a la vida, sin reproches a la tierra, sin reproches a las gentes y refugiado en la poesía, que al final sería lo que Miguel Escanciano fue, poesía, y un gran tipo escondido debajo de los abalorios.
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