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Un graffiti en la trapa

16/07/2018
 Actualizado a 11/09/2019
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En el molino dónde se molía lo que se moliera ahora se casan los enamorados. El ruido de la industria es música de moda, la rueda la forma la comitiva y no la mueve el agua, sino King África, los granos son euros y también habrá quien de allí salga sabiendo dar cadriladas por encima de los chopos, aunque sea en los despachos más que en los corros. Y está el melón abierto, con los nostálgicos a un lado, los soñadores al otro. Y en el medio todos los que no sabemos, los que no nos decidimos y probablemente, por fatos, no rasquemos tajada:

– ¡Aquí dejó el lomo mi abuelo cargando sacos y mira ahora que castaña llevan esos, que no tienen ni idea de moler!

– La verdad, da gusto ver que el patrimonio industrial se recupera para nuevos usos y no se lo come la hiedra, ya podrían aprender de tantas cosas.

Los del medio, de los que me he autoproclamado legítimo portavoz a lo Verónica Pérez (PSOE), reformaríamos el molino y colgaríamos de las paredes fotografías en blanco y negro, alguna sepia, recordando a nuestros esforzados ancestros y cuanto hicieron por salir a flote. Creo que para un molino, en caso de disputa, puede ser una buena solución de consenso y nos apoyan todos los que en su día apostaron por reconvertir las escuelas en bares y teleclubs. De puertas para adentro, también nos apoyan tanto los que montaron salones rústicos en el pajar como los que hicieron la cochera en la cuadra.

Pero habrá que ir pensado qué hacer con tantos y tantos lugares que a la vuelta de dos días van correr la misma suerte que han corrido los molinos. Y no es por meterle el miedo en el cuerpo, lector de piedra y fuego, de malta o de uva, pero se pierden el corto y el chato, la tapina y el pincho, la partida, el parchís, la charla, el bar de toda la vida.

En este caso, un graffiti en la trapa, solo eso, me partiría el alma.
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