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Un genio llamado Morricone

01/07/2020
 Actualizado a 01/07/2020
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La concesión del premio de la Infanta a Ennio Morricone, es un detalle, pero sucede que el prestigio y la obra de este músico va más allá de cualquier premio o galardón, porque ninguno está a su altura. Quién no recuerda la música de ‘El bueno el Feo y el malo’, ‘Por un puñado de dólares’, ‘Hasta que llegó su hora’ o ‘La muerte tenía un precio’. Unos títulos que podrían pertenecer a ciertos personajes de la clase política actual, bastante reconocibles, a poco pensar.

En cuanto a esta última, ‘La muerte tenía un precio’, es tan violenta como las demás, pero se trata de unas muertes selectivas. Mueren los malos, sobreviven los buenos. Nada que ver con las muertes provocadas por el virus asesino, que no entienden de raza, condición social o religiosa. En cuanto a lo de selectiva, matizo, porque el factor humano y político ha hecho que se lleve a los ancianos, los más expertos, los más sabios. Unos fallecimientos, debidos a la improvisación y la insuficiente dotación de medios técnicos y humanos; el fraude, la mentira, la incapacidad debían tener su precio y los responsables tendrían que rendir cuentas por los daños causados, política y judicialmente.

Más que una realidad es un deseo porque, una vez más, lo pagaremos los ciudadanos. Las instituciones, se lavan las manos y ni Diputación, ni Ayuntamiento, ni la especie de Junta, ni Gobierno Central, ni la Casa Real, van a hacer nada. Si hubiera que computar en el PIB su producción, el saldo sería nulo, cuando no negativo. Porque lejos de crear riqueza, la dilapidan.

Cierto que manejan mucho dinero, detraído con un sistema impositivo ambicioso, que administran para su sustento, para sus familias y para engrasar la maquinaria del Estado: partidos, sindicatos, oenegés y otros entes parásitos de la sociedad. Y las migajas que quedan, para el ‘estado del bienestar’, qué ironía.

El desequilibrio entre las personas, es reflejo del desequilibrio territorial. Por ejemplo, la Junta de aquí, con Valladolid y Burgos, frente al resto. Y las más beneficiadas, las del nacionalismo enfermizo, que tarde o temprano se irán con los bolsillos llenos.

Y si no es suficiente, hay otra forma de socavar a los ciudadanos. Vender las empresas públicas y sectores fundamentales, como la Educación, la Sanidad y la Seguridad Social a inversores privados. Los pagamos una vez y volveremos a pagarlos cada vez que los necesitemos. En palabras de Ralston Saul: «La civilización inconsciente».
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