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Un fallo como una catedral

20/04/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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No parece posible, pero lo es. No me lo puedo creer, pero es verdad. Y si no fuera porque aquí se refleja el nivel de cultura que hay en este país, sería para tomárselo a broma.

Nada menos que la Fábrica Nacional de la Moneda, la que fabrica nuestros billetes y nuestros sellos, además de los billetes y sellos de muchos otros países, porque realmente tiene un bien merecido prestigio, hace un sello en honor y gloria de la provincia de León y graba una parte de la fachada de la catedral… de Burgos.

Y la FNM, que sin duda tiene un equipo de información importante, lo que no puede ser de otra manera si se tiene en cuenta lo que hace y a lo que se dedica, se mete en un buen charco. Y con ella Correos y Telégrafos.

Más o menos, la cosa ocurrió así: Correos proyecta una serie de sellos en los que se incluye uno de la provincia de León. Como estas cosas se publicitan y se llevan al aplauso, se propone una presentación en León, lo que está muy bien porque cualquier publicidad para unos y otros, incluida la provincia, así que se contacta con la alcaldía de la ciudad y la presidencia de la diputación para tal evento.

Todos de acuerdo, Correos envía el sello por delante, y como es bastante pequeñito para una presentación, se hace una ampliación para que pueda ser bien visto. Se fija el día, se cita a los medios de comunicación, el Presidente de Correos y Telégrafos se persona en la ciudad y, junto con el Alcalde y el Presidente de la Diputación (pues el sello es ‘de la ciudad y de la provincia’), hacen el acto de presentación.

En esas estaban cuando, cielos, una señora entre el público dice: "Anda pero si esa es la fachada de la catedral de Burgos, no la de León".

Omito el resto.

Verdaderamente, aparte del despiste general, hay que decir que en el sello se incluyen elementos varios y que lo que se refiere a la catedral es una parte de la fachada y no la imagen general, así que, dentro de lo imperdonable, se puede decir que, mereciendo un suspenso, éste podría no ser de cero total, pero sí, desde luego, suspenso. Y no estaría mal un poquito más de atención al acto.

Porque la verdad es que lo que tienen en común ambas catedrales es básicamente eso, que las dos son catedrales y las dos son góticas. Pero ni la piedra, ni el perfil, ni el conjunto ni, desde luego, las vidrieras se parecen. Ni otras muchas cosas que puedan infundir dudas a los ciudadanos.

Pero no a los expertos, los que tiene, o al menos ha de tener, Correos y Telégrafos y, más aún, a la Fábrica Nacional de la Moneda.

Aunque claro, si se tiene en cuenta el nivel cultural que nuestros colegios y universidades están dando, con los primeros cosechando escasísima altura den las clasificaciones de hace el informe Pisa (con honrosas excepciones, cual la de esta comunidad), y las segundas desapareciendo de la lista de excelencia de las primeras doscientas universidades del mundo, poco hay que aclarar.

Posiblemente los alumnos estén muy cómodos (que no creo), sabiendo malamente, por ejemplo, cuales son los ríos de su comunidad, pero nada en absoluto de los de España, no sea que lleguen a saber demasiado y piensen que España es una, y no trocitos cosidos a punto de descoserse.

Antes, mucho antes, hasta 1968 aproximadamente, se aplicaba el sistema de la Institución Libre de Enseñanza, que venía de la República, y en la que nos educamos todos los que hoy tenemos una cierta edad, en la que hacíamos palotes, recitábamos la tabla de multiplicar y aprendíamos geografía con los mapas en blanco, además de la historia de España con los reyes godos incluidos. Y aprendíamos, con algún que otro capón incluido, pero aprendíamos. Y no nos sentíamos tarados ni malformados. ¡Ah, y también nos daban lecciones de urbanidad y ortografía!

En ese momento, 1968 creo, el ministro de Educación y Ciencia, Jose Luis Villar Palasí, pensó que había que evolucionar el sistema educativo, y puso sobre la mesa el famoso, al menos para mí lo fue por cuestiones profesionales, el famoso digo, ‘Libro blanco de la enseñanza’, llamado a revolucionarla en este país.

Convocaron a todos los expertos del mundo para que opinaran e intervinieran, y me viene a la memoria un inglés de cuyo nombre no me acuerdo, pero que era la máxima autoridad en la materia, que le preguntaron qué le parecía, y contestó que venía aquí a aprender, que lo que se planteaba era nuevo para él. En fin, así era la cosa.

Se cambiaron los planes, se hicieron montones de nuevos colegios e institutos, en eso sin duda salimos ganando, y se acabaron, al propio tiempo, los libros heredados de los mayores por los más pequeños.

Luego llegaron las autonomías, y, poquito a poquito, de victoria en victoria, llegamos a la derrota final.

Resulta que para arreglar un tobillo es más importante saber el idioma del lugar; y que al tobillo le den.

Resulta que para tener plaza en una orquesta sinfónica, lo importante no es ser un buen músico y un mejor intérprete, sino hablar el idioma que prive en la comunidad de que se trate.

Resulta que lo mismo pasa para ser miembro de las brigadas que intervienen en los incendios de los montes.

Y así sucesivamente.

El español es el segundo idioma del mundo, detrás del inglés, y todas estas políticas, que sin duda favorecen el enchufismo y la supervivencia del sistema, lo que producen con total seguridad es un empobrecimiento cultural que caerá, ya está cayendo, sobre las cabezas de los que lo promueve. Lo malo es que, al final, también cae sobre las nuestras.

Y está claro que no viene de ahora.

Hace muchos años, más de veinte, un cuñado mío traumatólogo de prestigio, natural de Badajoz, residente en Bilbao y hoy fallecido, contaba que, para que nos diéramos cuenta de cómo estaban ya las cosas, en las cenas que ocasionalmente tenían allí los médicos, a su final, cuando ya el ambiente estaba suficientemente vaporizado de alcohol etílico, en el paroxismo del momento, lo que se decía que es que "tenían que publicar los trabajos de investigación en euskera y no en inglés, y, por supuesto, mucho menos en español". Eso ya hace más de veinte años. Pues bueno.

Así las cosas, ¿Cómo nos va a extrañar que se confunda la catedral de León con la de Burgos?

Pero, ante lo que está ocurriendo en la España que vivimos, esto del sello es casi es un pecadillo venial.
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