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Un examen continuo

21/11/2018
 Actualizado a 08/09/2019
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Se nos ha llenado el WhatsApp y el Facebook de tantas faltas de ortografía que lo extraño no es que los profesores suspendan o tengan notas inferiores en las oposiciones porque olvidan tildes, haches o que las abreviaturas son solo para los apuntes, sino que les acusemos de ser la mayor peste de la tierra cuando la obligación de escribir bien la tenemos todos.

Hay ciertas profesiones en las que nos debemos esforzar mucho más que otras, ya que periodistas, comunicadores, maestros y otros trabajadores en los que las letras son su carta de presentación se presume que las dominamos y, por tanto, se espera que jamás haya un fallo en cualquiera de nuestros escritos o en las palabras que mostramos ante el público, ya sean pequeños o mayores. Pero ese esfuerzo debería ser global, tendría que ser un objetivo personal, un aseo al que todos nos deberíamos obligar e incluso hacer una especie de selección entre los que se esfuerzan y los que no en cada uno de los miles de mensajes que mandamos cada día. Sería algo así como un examen continuo y exhaustivo, una forma de saber quién tiene respeto a la lengua, a una marca real de lo que es España aunque obviamente trascienda las fronteras de nuestro país. Una continua corrección al que no pone empeño en cuidar sus palabras ya sea por desidia o por desconocimiento (y tanto una como otra causa tienen arreglo). Porque si hay quien aún piensa que una casa sin discos o libros en las estanterías (y en uso) está vacía, no lo es menos un ‘whatsapp’ sin tildes o con hirientes confusiones entre ‘g’ y ‘j’, que también son dignos de vaciar cualquier conversación. Por no hablar de las redes sociales, en las que pocas veces se ven mensajes escritos con corrección total, ni siquiera el nombre del que lo escribe, quizá porque Facebook o Twitter ‘obliga’ a hacerlo todo rápido y mal. Y no nos lo merecemos, sobre todo los receptores.
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