Un dios en Salzburgo

El festival austriaco recupera la primera versión de ‘Ariadna en Naxos’ con el tenor alemán Jonas Kaufmann en el papel de Baco y las sopranos Emily Magee y Elena Mosuc

Javier Heras
07/02/2019
 Actualizado a 13/09/2019
La ópera regresa este jueves a los cines Van Gogh con ‘Ariadna en Naxos’. | L.N.C.
La ópera regresa este jueves a los cines Van Gogh con ‘Ariadna en Naxos’. | L.N.C.
'Ariadna en Naxos' es una de las creaciones más originales jamás escritas, un atrevido juego de teatro dentro del teatro. Se divide en dos partes: en la primera, estamos entre bastidores antes de una representación en la Viena del siglo XVIII. En la segunda, tiene lugar la obra, situada en la antigüedad clásica. Este libreto supuso la tercera de las seis colaboraciones entre Richard Strauss y el gran poeta austriaco Hugo von Hofmannsthal. Tras el éxito de ‘El caballero de la rosa’, quiso ir más allá. Ideó una pieza para acompañar ‘El burgués gentilhombre’, la sátira de Molière sobre un nuevo rico que agasaja a sus invitados con una ópera. Ahí entró en juego Strauss, que puso música a la tragedia de Ariadna, la hija del rey de Creta, que había ayudado a Teseo a vencer al Minotauro. Pero en su regreso a Atenas, su amado la abandona en una isla desierta, donde llora desolada hasta que la rescata el dios Baco. Sin embargo, Hofmannsthal le dio una vuelta de tuerca: introdujo en la acción a personajes de la «commedia dell’arte» italiana. Así, se mezclan héroes y sirvientes, lamentos filosóficos y enredos ligeros. Fue su manera de reírse de los géneros clásicos, de la división entre ópera seria y bufa.

En su primera función, en Stuttgart en 1912, se llevó un varapalo histórico. No convenció a nadie: Strauss se había alargado más de la cuenta, de modo que el conjunto duraba unas seis horas. Aparte, exigía dos compañías, una de actores y otra de cantantes. El poeta, que le tenía mucha fe, dedicó años a revisarla. En 1916 se reestrenó en Viena, con un prólogo que reemplazaba ‘El burgués gentilhombre’. Tras la I Guerra Mundial se expandió por Europa.

En 2012, ‘Ariadna’ cumplía su centenario, y el Festival de Salzburgo recuperó aquella primera versión, aunque abreviada. El homenaje era obligatorio: Strauss y Hofmannsthal cofundaron el certamen austriaco en 1920. De la escenografía se encargó el alemán Sven-Eric Bechtolf. Al frente de la Filarmónica de Viena, el británico Daniel Harding. Y en el reparto, Jonas Kaufmann, que pese a su ingrato papel del «deus ex machina» (Strauss tenía escaso aprecio a los tenores) volvía a demostrar su técnica y musicalidad. La británica Emily Magee convenció gracias a la sensibilidad de su fraseo, y la rumana Elena Mosuc –acostumbrada al bel canto desde hace dos décadas– abordó con brillantez a la virtuosa Zerbinetta. Cines Van Gogh retransmite ‘Ariadna en Naxos’ este jueves en diferido a las 20:00 horas.

Este título exige mucho al espectador, pero le premia con una finura exquisita y un mensaje profundo. Abarca infinidad de temas: el poder transformador del amor, la incomprensión del artista, la banalización del arte, la duda entre ser fiel a los ideales o reinventarse… Aunque tal vez su mayor logro sea mezclar lo elevado y lo popular como nadie había sido capaz. Los personajes, pese a ser arquetipos, resultan creíbles, frágiles, humanos. En cuanto a la música, Strauss (1864-1949) hizo lo que le dio la gana. Era un autor consagrado mundialmente, de vuelta de las revoluciones expresionistas de ‘Salomé y Elektra’, y sin renunciar a su lenguaje hizo bromas, homenajes y guiños por doquier. Redujo al mínimo la orquesta: apenas 39 músicos, casi de cámara; pero su dominio de la instrumentación es tan pasmoso que consigue que suenen con la grandiosidad sinfónica de Wagner en el desenlace, cercano a ‘Tristán e Isolda’.

La ecléctica partitura parece repasar la Historia de la ópera: del Renacimiento y el Barroco toma el esquema de números cerrados, la presencia de dioses, las melodías arcaicas. De Mozart, su sonido cristalino, el equilibrio y la sencillez del clasicismo. Del bel canto de Rossini, las exageradas coloraturas y agilidades de Zerbinetta, que acomete una de las arias más difíciles de todo el repertorio (se considera el contrapunto feminista al «catálogo» de amantes de ‘Don Giovanni’). Del mencionado Wagner, el uso de leitmotive para una «melodía infinita» y un trío de ninfas que recuerdan a las Hijas del Rin. Y de las vanguardias del siglo XX, las melodías cromáticas (sobre todo en la obertura y el monólogo de Ariadna) y, en las escenas cómicas, el parlando, un tipo de canto con la naturalidad del habla. Hay quien rechaza ‘Ariadna’ por heterogénea, pero eso la hace admirable. Hofmannsthal la consideraba «una ópera para el futuro».
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