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Un deporte nacional

23/09/2019
 Actualizado a 23/09/2019
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Si afortunadamente usted es de los que ven al vecino o un pariente prosperar, que a un compañero de trabajo le toca la lotería o asciende a un puesto mejor, y se alegra, yo también me alegro por usted; pero si es de los que sufren –y trata de sofocar ese sufrimiento con críticas seguramente infundadas– cuando algún allegado o conocido progresa, entonces lo siento mucho. Le acompaño en el sentimiento y le animo a que intente cambiar de actitud o le aseguro que la envidia va a poder con usted.

En un aula de la universidad donde hacíamos las prácticas de alguna asignatura que implicaba el uso de ordenador, además de alguna lámina religiosa y de algún que otro cartel informativo sobre las normas de las instalaciones, había un letrero que revelaba en pocas palabras una de esas lecciones para la vida que se deben aprender y que seguramente la colocó algún profesor de los que saben que a los alumnos hay que enseñarles cosas que no vienen en los libros.

El cartel, con la tipografía propia de los vítores de Salamanca, decía: «La envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento». ¿A que dio en el clavo? Yo estoy convencido de ello y créame que más de una vez me han dado ganas de buscar si hay reproducciones en tamaño postal y regalarlas por ahí.

Me acordaba de esta frase el otro día al conocer la historia de unos familiares, de esos que por cuestiones de la distancia ves cada diez o quince años –con un poco de suerte en alguna boda pero por desgracia suele ser en un funeral– que todos tenemos, a quienes la vida les ha ido extraordinariamente bien. Y les ha ido bien porque son muy trabajadores, tienen visión de futuro, arriesgan, unas veces les irá mejor y otras peor, pero viven muy bien y yo me alegro de corazón. Es una pena, pero no todos pensamos igual y por eso dicen que la envidia, después del fútbol, es el deporte nacional.
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