19/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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El caso de Alfredo Pérez Rubalcaba nos ha recordado lo agradecido que es morirse en España. Responsable del desastre de la LOGSE y chivato del Faisán, el propio PP, en pleno giro al centro, se ha empeñado en canonizarlo, no sería raro que el papa Francisco tome en consideración la iniciativa.

Sin llegar al grado de santidad del exvicepresidente, Monseñor Juan Antonio Menéndez también ha recibido después de muerto el cariño entusiasta de la feligresía e incluso de la prensa que tan injustamente se encarnizó con él en sus últimos años.

Conocí a don Juan hace un montón de tiempo, cuando era el joven párroco de Teverga, un hombre amable y discreto, amigo de todos, servicial y llano como el mejor cura de pueblo, y tuve ocasión de tratar con él durante un inolvidable viaje a Roma con motivo de la canonización de san Melchor de Quirós. En aquellos tiempos el avión era un lujo inalcanzable, así que fuimos en autobús atravesando Francia e Italia. La noche de san Juan celebró su santo diciendo misa en la terraza de un hotel de Venecia, uno de esos momentos de irrealidad que el paso de los años no pude borrar de la memoria. Al día siguiente, cantó el Asturias patria querida con sus parroquianos en un góndola que recorría el Gran Canal, ya se sabe cómo son los asturianos. Con ese mismo carácter, mezcla de llaneza y de prudencia, navegó los complicados años 80 en la diócesis de Díaz Merchán, que por entonces se dedicaba en cuerpo y alma al agasajo socialista y a la fragafobia.

La última vez que hablé con él ya había sido nombrado obispo auxiliar de Oviedo, y recordaba perfectamente sus años en Teverga y aquel viaje a Italia, a pesar del tiempo transcurrido y de las vueltas que para entonces había dado la vida.

En la sede de Astorga encontró la que seguramente fue la peor de sus cruces, aunque ni era responsable de los escándalos heredados ni hizo nada por ocultarlos o minimizarlos. Da igual, la historia de que la jerarquía eclesiástica esconde e indulta estas vergüenzas es demasiado bonita para la prensa progre como para no contarla, aunque sea falsa. Pero don Juan «ni tiró la toalla ni se bajó de la cruz», como dijo el actual arzobispo de Oviedo en su funeral.

Su prematura muerte le ha librado al menos de compartir mesa en la Conferencia Episcopal con el separatista radical al que Bergoglio acaba de nombrar obispo de Tarragona. Siempre es un consuelo.
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