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Un ciclista respetable

06/10/2019
 Actualizado a 06/10/2019
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"¿Un tipo respetable como tú yendo en bici?", me pregunta un conocido que me cruzo por la calle. Primero me llama la atención que alguien se sorprenda porque un tipo respetable vaya en bici, pero luego lo pienso bien y me doy cuenta de que su desorientación ya empezó por considerarme respetable. Hasta ahora sabía que los coches condicionaban la clase social de sus propietarios y que, precisamente por ello, uno de sus mayores peligros consiste en que algunos conductores sienten la necesidad de circular por la carretera en escrupuloso orden de cilindrada y precio, adelantando en línea continua si es necesario a un Peugeot que osa ir delante de un Mercedes, pero no sabía que los ciclistas perteneciésemos a una clase social concreta en la que, al parecer, no se incluyen los respetables. Hay mayores que aún nos ven como gamberros, salvajes con los que tienen que compartir las calles y cuyos movimientos, como los de un animal desconocido, les ofenden profundamente por tener un concepto distinto de la velocidad y las distancias. Los señores se paran en seco y sólo les falta levantar las manos. Las señoras se agarran el bolso. Por ir en bici, con esa característica diplomacia tan leonesa, me han llegado a llamar «centroeuropeo», por supuesto no con admiración, sino en tono despectivo. También en los cruces te sientes, en el mejor de los casos, un impertinente. Un coche espera pacientemente a que pasen otros coches, motos y autobuses, pero cuando tiene que esperar a que pase una bicicleta notas que estás contrariando al conductor, al que se le escucha reburdiar más que su propio motor. Digo que en el mejor de los casos te sientes impertinente porque lo habitual es que te sientas invisible. Si alguien tiene curiosidad por saber lo que es ver y que no te vean, puede experimentarlo montando en bici por cualquier ciudad. Y eso que, para un ciclista, la relación con los coches no es peor que la relación con los peatones. Las zonas donde se puede caminar y pedalear son de las más peligrosas. La gente hoy no va mirando al frente, ni siquiera a los escaparates, sino que lucen sus collejas con la vista fija en sus teléfonos y avanzan por las calles a palpo, controlando lo justo para no chocarse con otras personas gracias a alguna extraña modificación genética de la mirada que, en cualquier caso, no percibe los movimientos de una bicicleta, de modo que sientes que vas esquivando zombis. Pero donde más atento debe ir un ciclista, donde más tensión acumula, donde no puede despistarse un solo segundo y tiene que fijarse hasta en la ropa que está tendida en las ventanas, es al circular por un carril-bici. Resultan muy bonitos en algunas avenidas, las calles quedan mucho más lucidas, llenan los programas electorales, los alcaldes también se las dan de centroeuropeos cada vez que inauguran un nuevo tramo, pero, además de que pueden empezar y terminar cuando menos te lo esperas, suponen una auténtica carrera de obstáculos. Obviamente, nadie sospecha que por el carril-bici vaya a aparecer una bici. Todos esos factores deben conjugar los ciclistas que circulan por cualquier ciudad. En León, el trayecto que sin duda resulta potencialmente más peligroso es la flamantemente semipeatonalizada avenida de Ordoño II. Los semipeatones, como los bautizó Antonio Manilla, los semicoches, los semiautobuses y hasta los semipolicías (con perdón) se sobresaltan cuando aparece un respetable ciclista circulando en lo que hasta ahora era dirección contraria. Quizá ellos tampoco entiendan que un carril bici ocupe la calle más importante de la ciudad y que, ni por un lado ni por otro, vaya a ninguna parte.
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