Un carnaval marcado por las tradiciones

Se trata de una de las fiestas de invierno más arraigadas en el territorio de Cuatro Valles

L.N.C.
21/02/2020
 Actualizado a 21/02/2020
La Zafarronada de Omaña en una imagen de archivo. | MARISA GARCÍA ALONSO
La Zafarronada de Omaña en una imagen de archivo. | MARISA GARCÍA ALONSO
El carnaval es una de las fiestas de invierno más arraigadas en las comarcas de Cuatro Valles, aunque su carácter (excepto en contadas ocasiones, como la Zafarronada de Riello) es ya el de un carnaval urbano que poco o nada conserva de las mascaradas tradicionales que antaño debían de ser frecuentes en la mayoría de los pueblos, como Espinosa de la Ribera, Valdesamario o Cabrillanes.

Desfiles y cabalgatas se suceden por el territorio de Cuatro Valles teniendo más repercusión en los grandes núcleos de población como Villablino, La Pola o La Robla, donde ha alcanzado cierto protagonismo realizándose varias actividades que concluyen con el entierro de la sardina en martes de carnaval en la plaza del pueblo. Son, sin embargo, dos pueblos los que mantienen un carnaval con un protagonismo propio: Orzonaga y Riello.

En Orzonaga, el carnaval se ha mantenido vivo en los últimos decenios, nunca dejó de celebrarse, incluso en los peores tiempos del franquismo cuando estaba prohibido, los mozos se las ingeniaban para distraer a la pareja de la Guardia Civil y correr por las calles disfrazados con andrajos, pieles o lo que encontraran por casa, eran los llamados ‘guirrios’, que iban acompañados de ‘las guapas’ que vestían ropas y paraguas negros con bolitas de algodón blanco cosidas a la ropa. Ahora el carnaval tiene otra vocación, con disfraces más modernos, aunque sigue siendo muy participativo ya que incluso se convoca un concurso en el que se premian los mejores. La celebración finaliza con baile con chocolate y las típicas orejas de carnaval.

Pero sin duda es en Riello donde aún se mantiene una de las manifestaciones más singulares de toda la provincia, tanto es así que la Zafarronada de Omaña está declarada Manifestación Popular de Interés Turístico Provincial. Recuperada en los años 80 tras décadas de olvido, en la actualidad se celebra durante el ‘sábado frisolero’ y no en el ‘domingo gordo’ como antiguamente. Durante la tarde del sábado se celebra el desfile del carnaval infantil y al anochecer salen los zafarrones, con sus máscaras atávicas (tan inexpresivas como aterradoras), su indumentaria blanca y sus grandes cencerros colgados de un cinturón de cuero que llevan a la cintura y en las rodillas. En las manos portan antorchas y ceniza que arrojan a los vecinos congregados en la plaza alrededor de la hoguera. A los zafarrones les acompañan otros personajes como el ciego, los gitanos o el toro, que embiste a la gente con su caparazón de madera, mientras el torero intenta sortear sus embestidas.

Julio Caro Baroja, que es uno de los mayores estudiosos del carnaval, apunta que estos zafarrones podrían estar vinculados de alguna manera a antiguos espíritus relacionados con rituales protectores de carácter agrario, rituales que intentaban ahuyentar a los malos espíritus haciendo sonar los cencerros, o quizá para despertar la nueva vida que ya se anuncia con el crecer de los días.

Sea como fuere, tradicional o moderno, el carnaval es una de las fiestas populares más extendidas en todos los pueblos de nuestras comarcas y de las más esperadas con su carácter lúdico y festivo, antesala de lo que será una larga Cuaresma que comenzará al día siguiente, Miércoles de Ceniza.
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