Un ballet sobre el hijo atormentado de Sisí

‘Mayerling’, de Kenneth MacMillan, trata de la muerte del heredero del Imperio austro-húngaro. Ryoichi Hirano y Natalia Osipova lo protagonizan en Londres y Cines Van Gogh lo exhibe este jueves

Javier Heras
03/11/2022
 Actualizado a 03/11/2022
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En enero de 1889, Rodolfo de Habsburgo, hijo de Francisco José I y la emperatriz Sisí, apareció muerto en el pabellón de caza de Mayerling, cerca de Viena. El heredero del imperio austro-húngaro tenía solo 30 años. Lo acompañaba su amante adolescente, María de Vetsera. La corte declaró secreto de Estado: todavía hoy sigue sin esclarecerse si fue víctima de un asesinato político o si se suicidó.

Un siglo después, el coreógrafo Kenneth MacMillan, tótem de la danza británica, se interesó por el declive del príncipe. Un joven atormentado, depresivo como su madre, criado con rigidez y sin cariño, casado por conveniencia y contra su voluntad, obsesionado con la muerte, el sexo y el alcohol. El 14 de febrero de 1978, el Royal Ballet estrenó una de las cumbres de la carrera de MacMillan (1929-1992). Sucesor de Ashton y último exponente de la escuela académica inglesa, con su cuarto trabajo de larga duración impresionó a la crítica por su originalidad, riqueza psicológica y capacidad narrativa. El estilo lleva a los límites de expresividad la danza clásica. Hoy aún asombra su sentido teatral, inventiva, organización coral e inteligente manejo de los pas de deux, que vertebran la narración.

Este jueves a las 20.00 horas, Cines Van Gogh retransmite la grabación de un directo reciente (5 de octubre de 2022) desde Covent Garden. La función se dedicó a la difunta Isabel II y al 30 aniversario de la muerte del coreógrafo. El Royal Ballet convoca un plantel de solistas que quita el hipo: la rusa Natalia Osipova (1986), estrella de la compañía desde 2013 gracias a la tremenda fuerza de sus piernas (se formó en la gimnasia rítmica antes de ingresar en el Bolshoi); la veterana madrileña Laura Morera (1977), premio de la crítica; la británica de origen keniano Francesca Hayward (1995), famosa por la película ‘Cats’ y Artista Emergente en 2015; sin olvidar a una leyenda como la argentina Marianela Núñez (1982).

Con todo, es Rodolfo quien sostiene la trama. El protagonista, uno de los más complejos del repertorio, exige virtuosismo y dotes actorales. En lo físico, incluye solos sinuosos y siete agotadores ‘pas de deux’ con seis bailarinas (su madre, su esposa, su antigua amante…). En lo emocional, ha de transmitir fragilidad, entusiasmo, odio, complejo de Edipo, paranoia… De ahí que lo llamen «el Hamlet del ballet». Asumirá el reto Ryoichi Hirano (1983, Osaka), atlético y poderoso pero también refinado. En 2002 mereció el Prix de Lausanne.

En la capital británica, ‘Mayerling’ se ha convertido en un clásico: lleva más de 150 funciones. Sin embargo, a diferencia de ‘Manon’ (1974) y ‘Romeo y Julieta’ (1965), apenas se ha representado en el resto del mundo. Puede deberse, en parte, a su contenido: denso, arduo para el público, con un protagonista con quien cuesta empatizar. Atrae su rebeldía, pero repele su narcisismo irresponsable. El Metropolitan de Nueva York tachó el argumento de «depravado».

Seguramente la verdadera razón no sea otra que la dificultad de trasladar la obra a escena. Requiere una gran compañía con hasta diez ‘étoiles’ que hagan creíbles a los distintos personajes. Todos están caracterizados al detalle: de los padres adúlteros de Rodolfo (que para colmo le imponen moralidad) al cochero Bratfisch. Mérito del guionista Gillian Freeman, quien investigó sobre la corte de Habsburgo, sus intrigas y pasiones, su hipocresía. MacMillan no trabajó en la coreografía hasta que no estuvo terminado el libreto, algo habitual en Rusia pero no en el ballet occidental; así, pudo dotar a cada papel de gestos y pasos propios.

Para la música, llena de dramatismo, tensión y extremos dinámicos, el compositor londinense John Lanchberry (1923-2003), colaborador de Nureyev y de Ashton, orquestó hasta 30 piezas de Franz Liszt. Recurrió a valses y polcas, a la ambigua ‘Sinfonía Fausto’ (1854) y a los poemas sinfónicos ‘Tasso’, ‘Mazeppa’, ‘Festklänge’ y ‘Heroïde funèbre’, más radicales en su lenguaje armónico. Quizá Lanchberry eligiese a Liszt (1811-1886) también por motivos biográficos: había escrito piezas para la emperatriz Isabel, que estudiaba piano; había sufrido depresión en la adolescencia, igual que Rodolfo de Habsburgo, y se lo conocía por su temperamento inestable y romántico (aunque terminaría abrazado a la religión). Para más inri, tenía raíces húngaras.
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